Opinión

Jugadores de ventaja

Los que no están dispuestos a perder, bajo ningún concepto, y harán todo lo que sea necesario para que los contrincantes pierdan

Con la intervención del Gobierno en la Compañía Telefónica Nacional de España (ahora Movistar), fundada en 1924 siendo rey Alfonso XIII, "el Africano", la cuestión dominante que se plantea hoy, cuando es centro de la tormenta por el control de telecomunicaciones, nuevas tecnologías, redes sociales y medios de comunicación, es: ¿por qué así y ahora?

Incondicionalidad

El magistrado del Supremo, que instruye una presunta revelación de secretos, ha reclamado a diversas telecos datos borrados de los teléfonos del fiscal general.

La negativa a facilitarlos ¿podría considerarse una falla en la inexcusable incondicionalidad, al tiempo que se pudiera incurrir en un delito de obstrucción a la justicia?

Cuando se levanta el teléfono y se da una instrucción, ser adepto sin reservas es hacer lo que se pide, cumplir el mandamiento sin recurrir a comités, comisiones u otras pejigueras. Este podría ser el primer contraste sobre el grado de autonomía de los recién aterrizados.

Mientras los intentos de sumisión a jueces, fiscales y medios se escenifican a cielo abierto, en el arquitecto del asalto –jugador de ventaja, sin mayoría en el Congreso, sin presupuestos, sin margen para gobernar en sentido estricto– late la ocupación de instituciones y empresas (públicas o privadas), con la que apropiarse de resortes de control que queden a su alcance.

Ante el cariz de los sucesos y habida cuenta de actores y efectos especiales, los más críticos infieren sospechas, teñidas de irritación, al tratarse de puestos clave que, en un momento dado, pudieran favorecer lo que ahora padecería inimaginable.

Anemia bursátil e irrupción

No se trata de insignificancias acumuladas. Va de gestión controvertida, a la luz de inversiones (en despliegue de fibra, 50.000 millones), reducción de costes mediante despidos masivos, reducciones de deuda vía desinversiones y venta de activos.

Los números del presidente cesado –al que faltaban dos meses para la renovación, o no, de su mandato– certifican a que tomó las riendas de una compañía fuertemente endeudada y logró reducir significativamente esa deuda, para dejar la compañía con liquidez sin arrugas.

Al tiempo, delatan la debilidad de la acción que, cuando llegó, cotizaba a 9,31 euros y cuando fue depuesto, cerró a 3,97. En 8 años, había perdido el 57 % del valor.

Esa anemia estructural abarata la entrada a accionistas hostiles. Y ahí se inscribe el primer acto de esta función, la incursión saudita ¿a hurtadillas del Gobierno?

Para escudar su españolidad y mejor defenderse, la compra del 10% les ha supuesto a los contribuyentes españoles 2.400 millones de euros.

Jugadores de ventaja

Jugadores de ventaja / Lne

Sigilo y prisas

El modus operandi de la maniobra nos ha traído a la memoria aquellos viernes de entonces, cuando al cierre de los mercados se devaluaba la peseta. Para fraguar el despido (no era dimisión), el hecho de que, tras 26 años en Telefónica, la fulminación se ocasionara en Moncloa, ese palacio por así llamarlo es elocuente.

No faltaron lenitivos: un finiquito, escalofriante, para aliviar el trago y el silencio vaticano del presidente de la Fundación, alma de la Caja que ha sobrevivido al síncope de las demás.

Fue el primero al que el jefe del Gobierno anticipó su decisión personal: despido para uno y puente de plata para otro. Con su escudero –CEO del imperio industrial– ambos jugadores de ventaja y galanes palpables de la intervención. El oficiante, a modo de apoderado, un secretario de Estado, con despacho en el teatro de operaciones y como disciplinado actor de reparto, un desconcertado saudí.

La prisa desbocada obvió una previa comunicación a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y no fue condescendiente con la junta general de accionistas.

Trasfondo de la premura

La prioridad del jugador de ventaja por excelencia –más temido que querido– es ganar las elecciones, conservar el poder y proteger a su círculo más íntimo con todos los resortes del Estado bajo su mando. Oficiada la intrusión que ventea inexorable, subyacen como motivaciones: los casos judiciales del entorno presidencial, la solicitud de datos por el juez y las precauciones a adoptar ante elecciones que pudieran ser inminentes.

Entre bambalinas, un financiero con raíces armenias, fundador de un fondo de inversión y principal accionista del primer grupo de comunicación español, quien ha construido una posición accionarial en Indra –inequívoco y próximo movimiento– pendiente de promisorios beneficios.

Pero el verdadero poder –fuerza financiera y política– se llama Cataluña, una región que busca su control real no el formal, liderada por otro destacado jugador de ventaja. Así se entiende mejor la capacidad de influencia del mayor holding industrial del país y de sus accionistas.

El Gobierno podía haber esperado al consejo ordinario previsto para finales de mes o a la próxima junta general de accionistas, dándole la oportunidad de presentar una renuncia voluntaria, vestida con los consabidos ropajes personales.

Detrás de esta operación palpita un intento de controlar medios de información mediante el arma publicitaria. Históricamente, ha sido divisa de la empresa centenaria ser la mayor inversora publicitaria en medios de comunicación y su ardid: emplear su posición, de manera indirecta, para controlarlos.

Efectos secundarios

Este movimiento corporativo, como prefieren apellidarlo los heraldos de la intrusión (que trata de defender los intereses estratégicos y la españolidad de Telefónica, protegiéndola de las adquisiciones extranjeras); ha sido la sustitución fulminante y unilateral de un hombre decente.

Simultáneamente, envía al mercado señales alarmantes sobre el poder que tiene el Gobierno en las principales empresas del país, lo que se mide en grados de inseguridad jurídica. A los inversores independientes no les gusta la politización aguda de una empresa, privada hace unos meses, que pasa a convertirse en un fin de semana a compañía pseudo pública.

Los jugadores de ventaja cuentan con los silencios culpables de empresarios complacientes, medios de comunicación acríticos y la incompetencia de la oposición, que "ni se muere padre ni cenamos", se permite obviar un potente altavoz: la moción de censura, aunque sea para perderla. ¿A qué viene, entonces, tanta prisa?

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