Opinión

Guillermo Simón

Faro de conocimiento

Hoy me siento frente a una hoja en blanco, tratando de encontrar las palabras adecuadas para despedirme de un gran hombre, aunque las palabras nunca alcanzan a expresar lo que se lleva dentro cuando se pierde, además, a un gran amigo.

Sin saber de su existencia, él ya sabía de la mía. Supo que había un pintor que empezaba a destacar y que era de la Villa. Estos dos hechos bastaron para que comenzara a interesarse por mi trabajo y por mí, siempre con mucha discreción. Con el tiempo, coincidimos en diversas ocasiones por distintos motivos, todos ellos bajo un único denominador común: la pintura.

Creció entre nosotros una amistad basada en el respeto y la admiración mutua. Nuestro mayor beneficio era el aumento del PIB, que él denominaba "Producto Interior de Bienestar", porque estar con Evaristo era sinónimo de estar bien, estar a gusto, siempre con sus aportaciones y su gran sentido del humor.

Siempre recordaré sus anécdotas, que surgían en medio de las conversaciones con otros amigos, como Rubén Suárez, quien tampoco está ya entre nosotros. Siempre conciliador, desprendía sabiduría y, sobre todo, presumía de ser de La Villa ("Soy de la Villa, gracias a Dios", solía decir). Y cuando hablaba, su conversación era cautivadora: ni excesiva ni afectada, un verdadero deleite para quienes tenían el privilegio de escucharlo.

Una de mis mayores satisfacciones personales en la vida fue cuando, junto a mi amiga Pilar, lo propusimos para la concesión del título de Hijo Predilecto de Villaviciosa, hace ya seis años, porque él amaba profundamente a su querida Villaviciosa.

Evaristo ha sido un hombre de firmes lealtades y amistades sinceras. Con apacible inteligencia y humildad excepcional, supo forjar a lo largo de su vida una red de afectos basada en el respeto, la admiración y una complicidad que solo los verdaderos amigos pueden comprender.

Reservado por naturaleza, rehuía la atención y prefería estar en un segundo plano. Sin embargo, quienes lo conocimos sabemos que su verdadero legado no reside solo en sus escritos o en las exposiciones que promovió, sino en el afecto que logró cultivar en aquellos que tuvimos la fortuna de disfrutar de su amistad.

Hoy nos toca despedirnos de ti, Evaristo, pero tu voz, tu pasión y tu legado seguirán resonando en cada palabra que dejaste escrita, en cada crítica que abría puertas al diálogo, en cada análisis que nos enseñó a ver el arte con otros ojos. Fuiste mucho más que un periodista y defensor de la pintura; fuiste un faro de conocimiento, un defensor incansable del arte y su poder transformador.

Tu ausencia deja un vacío enorme en el periodismo y en la crítica, pero también en quienes tuvimos la suerte de llamarte amigo.

Te llevaremos siempre en el corazón.

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