Opinión

Un profundo sentimiento de deuda

Recuerdo perfectamente cuándo conocí a nuestro querido Evaristo Arce. Me lo presentó Manolo Linares en 1994, preparando su exposición antológica en el Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo. "Me recuerda a ti", le dijo en su despacho, cuando yo tenía apenas veintisiete años y ellos más de cincuenta, pero ya me gustaría a mí ser la mitad de bueno, generoso, noble y leal de lo que ha sido Evaristo en sus ochenta y tres años cumplidos. Amigo de sus amigos, fue modelo de prestancia y saber estar, tan elegante y caballeroso en sus maneras que parecía un lord inglés.

Y tan inteligente. Tardé tiempo en adaptarme a sus chanzas. Yo me dirigía a él con el respeto que me merecía y siempre me contestaba con esa socarronería tan asturiana que le caracterizaba. No se le podía dar pie a un chiste con una frase hecha, porque él siempre te la jugaba. Aprendí que el humor y la confianza iban a ser las bases de nuestra relación, que luego se reforzó con el cariño y el afecto en el trato frecuente por cuestiones profesionales. Ya jubilado, cuando quedábamos lo hacíamos a solas, en ese Café Sevilla que casi había convertido en su despacho, y charlábamos y charlábamos sin fijarnos en la hora. Lo voy a echar muchísimo de menos.

Siempre dije que es una de las personas a las que más debo. Desde un primer momento colaboramos, él en los catálogos de las exposiciones que yo hacía y yo en las publicaciones de la Colección Masaveu que él preparaba para el Pabellón de Tudela Veguín de la Feria Internacional de Muestras de Asturias. Evaristo me traspasó por ejemplo la responsabilidad de coordinar la colección Artistas Asturianos, de Hércules Astur de Ediciones, fundamental en mi relación con los artistas locales, de la que fue colaborador y por supuesto miembro del comité asesor.

Otros hablarán de su faceta de periodista cultural, pero a mí me gustaría destacar su labor como agente artístico, al frente, entre otros lugares, de las dos primeras Bienales de Arte Ciudad de Oviedo, en 1976 y 1979. Hace unos meses me regaló el catálogo de la primera, toda una joya bibliográfica. Y, como responsable de la Obra Social y Cultural de la Caja de Asturias a principios de la década de 1980, hizo que la colección bancaria no dependiera tanto de las exposiciones temporales como de criterios más profesionales y fijó las relaciones con las convocatorias artísticas de ámbito nacional celebradas en Asturias, algunas de las cuales se debieron a su apoyo, como la Bienal de La Carbonera.

Allí estuve de su mano y también en otros certámenes como el de Casa Consuelo o el de su Villaviciosa natal, cuyo jurado presidía desde hace años. Las reuniones las convertíamos en una fiesta, incluso en las últimas ediciones, cuando él estaba más delicado y yo le hacía de chófer. Toda esta labor la hizo siempre desde el altruismo y la discreción, lo que le hurtó un tanto los reconocimientos, solventado en parte con sus recientes nombramientos como Hijo Predilecto y Adoptivo de Villaviciosa y Oviedo, sus dos enclaves vitales.

Como conservador de la Colección Masaveu durante veinticinco años, fue además pieza fundamental para que la parte correspondiente a la herencia de Pedro Masaveu Peterson pasara al Principado, lo que convirtió al Museo de Bellas Artes de Asturias en una pinacoteca ya no regional sino nacional. Hay tantas y tantas cosas que se pueden contar de Evaristo Arce que nunca habrá espacio suficiente en la prensa, pero con su pérdida sólo se refuerza en mí un profundo sentimiento de deuda.

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