Opinión

Sentimiento fraternal

Es un momento duro, difícil, de esos que se viven pocos en la vida, hieren el alma y dejan la cicatriz para siempre. Así me encuentro desde que supe que había muerto Evaristo Arce, amigo fraternal, muy querido y siempre cercano. Lo conozco desde hace 63 años, cuando iniciamos nuestro camino en LA NUEVA ESPAÑA, que fue nuestra casa. En el transcurso de todos esos años nuestros afectos se fueron estrechando, hasta este momento tan doloroso.

Nos veíamos con frecuencia, y cuando no, nos llamábamos por teléfono para contarnos nuestras cosas o de la rutina de nuestra ciudad, a la que conocíamos muy bien los dos y a la queremos tanto. Lo presenté en varios acontecimientos personales importantes. La última ocasión con su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, que fue para mí un momento emocionante. Y lo hice con el corazón puesto en cada palabra, porque sabía que llegaban a él con la certeza de que las compartíamos, porque ambos conocíamos su trayectoria, él sin vanidad y con plena satisfacción.

Evaristo era muy inteligente, muy bueno y generoso, muy ocurrente y con mucho sentido del humor y mucho ingenio. Y un periodista extraordinario, y no me excedo por el momento, sino porque lo era y los lectores lo habrán advertido durante su larga trayectoria. Y era un destacado experto en arte, primero en las páginas de Cultura del periódico, después en el la dirección de Área de Cultura de la Caja de Ahorros y, más tarde, desde La dirección de la colección de arte Masaveu. Y era un hombre creyente con el que compartía la fe, que es la expresión de la esperanza. Y él ya hacía algún tiempo que preparaba este último paso de la vida

No sé qué más puedo decir, que podría decir mucho, pero el dolor y el nudo en la garganta me atenazan, porque me parecía que este momento nunca pensé que llegara. Cuando se alcanza una edad avanzada, necesitas de los amigos de cada día, porque te vas quedando solo. Y si miras alrededor y adviertes que eres un superviviente y que son los recuerdos los que van animando el ánimo, porque la amistad no se extingue ni los sentimientos se destruyen.

Y quiero unirme al infinito dolor de Mary, su queridísima esposa, de sus hijos y de sus muchos amigos que lo querían. Ella y él permanecieron unidos con afecto hondo e indestructible durante todos estos años felices que compartieron.

Y, finalmente, me uno también a los compañeros de los primeros años en el periódico, sus amigos desde entonces: Orlando Sanz, Graciano García, Diego Carcedo, que conmigo, aún seguimos en pie y pertenecemos a aquella generación inolvidable, dirigida por Paco Arias de Velasco y Juan Ramón Pérez Las Clotas, nuestros maestros que guardamos en nuestra memoria para siempre.

En este momento en que cierro este recuerdo de mi queridísimo amigo, elevo mi oración por su alma, con quien sé que está, con quien creyó sin que las dudas le afectaran. Evaristo, descansa en paz.

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