Opinión | Una pérdida irreparable para la cultura regional

Graciano García

Tú corazón no ha latido en vano

Semblanza emocionada de Evaristo Arce como ciudadano, periodista y gran amigo

Asturias ha perdido a un gran ciudadano. Oviedo ha perdido a un ovetense de corazón, de un fino sentido del humor, un observador inteligente y de piadoso espíritu crítico. El periodismo ha perdido un gran profesional que sabía que la libertad no es un regalo sino una conquista. Evaristo Arce Piniella nació en Villaviciosa, vivió la mayor parte de su vida en Oviedo, pero nunca salió de la Villa, donde tenía plantado su corazón. "Oviedo es donde puse rumbo a mi vida cuando no sabía qué iba a ser de mí", dijo en una ocasión. Evaristo ha sido un gran amigo de sus amigos. Bondadoso, leal y sabio. Su gran enemigo, yo creo que el único y verdadero, era la mediocridad, de la que huía con desprecio.

Quería un país honrado, sin cadenas, amante de la cultura; de aire, tierra y cielo limpios. Sabía que la vida es una maravillosa oportunidad para hacer el bien, y que una vida sin versos es como un bosque tras el fuego, como un mar sin olas, como una noche de invierno sin estrellas. Era una persona muy responsable y capaz, muy inteligente, extremadamente prudente, de gran humildad, una de las virtudes más admirables del ser humano. Lector infatigable, era por ello un gran admirador de Cervantes. Tenía como ideales supremos el estudio y el ansia de conocimiento. Y consideraba, como el autor de "El Quijote", la importancia de perseguir los ideales y sueños, incluso si parecen imposibles. Evaristo los abordaba en silencio, con extrema prudencia y sabiduría.

Le descubrí, como el gran periodista que llegaría a ser, leyéndole en "La Voz de Asturias". Y en el primer encuentro que tuve con él intenté convencerle de que su sitio estaba en LA NUEVA ESPAÑA. Me costó Dios y ayuda, y no poco tiempo, convencerle, pero finalmente trabajamos juntos en el periódico durante años y en él vivimos, unidos en una creciente amistad, la larga noche de piedra de la dictadura. Ambos comprobamos que, como escribió Cervantes en el prólogo de "El Quijote", no hay oro suficiente en el mundo para comprar la libertad. Arturo Pérez Reverte escribió una vez en un bello artículo que "cuando los padres mueren, con ellos se borra parte de nosotros; incluso situaciones, escenas, momentos que tal vez desconocemos. Un padre, y sobre todo una madre, poseen recuerdos que sólo ellos tienen, como un álbum de imágenes que guardan en el disco duro que les borrará la muerte: nosotros en la cuna, nuestras primeras palabras, pasos, miedos y pesadillas; nuestras primeras ilusiones o decepciones. Ellos fueron testigos únicos de aspectos de nuestra vida que tal vez nunca nos contaron. Los conservan en su recuerdo, el único lugar posible; y al morir se los llevan, perdiéndose en la nada. Con su muerte empezamos a morir nosotros; a desaparecer lentamente del mundo por el que anduvimos, como una vieja foto que pierda los contornos. A ser más lo que somos y un día no seremos, y a ser menos de lo que antaño fuimos".

También los amigos, cuando se van, se llevan con ellos partes de nuestras vidas. Evaristo se lleva un parte muy importante de mi vida en el periodismo y más allá de él. Cuando mi inolvidable Pedro Masaveu me pidió una persona para guardar y engrandecer su importantísima colección de Arte, sin dudarlo un segundo, le di el nombre de Evaristo. De mí le sorprendía mi forma de ser y de mi pasión por crear. Por eso le gustó tanto lo que dije precisamente en LA NUEVA ESPAÑA el día que presenté en el Club Prensa mi proyecto "Asturias, Capital Mundial de la Poesía", que tanto le sorprendió positivamente y del que hizo de inmediato fundador: "A mi edad, dije, don Quijote había regresado a su casa y había mandado a Sancho a la suya. Había recobrado la lucidez, abandonado con pena a Rocinante, ya no tenía entuertos que enderezar, serpientes que descabezar, malandrines y gigantes que vencer, encantamientos que frustrar, molinos o ejércitos que desbaratar. Pues yo sigo".

Hacía meses que no nos veíamos personalmente. Nos ha quedado pendiente una larga conversación, como tantas otras tan sugestivas que tuvimos sobre asuntos importantes de la vida, la de aquí y la del resto del mundo. Tenía pensado hablar con él de la revolución de la Inteligencia Artificial y de la biología sintética, las dos grandes aventuras revolucionarias en que se adentra la humanidad. Todas las vidas no son iguales. Recuerdo ahora una cita de Ortega que dice que no hay vida que merezca la pena vivir si no tiene peso ni raíz. La de Evaristo era de las que nos hacen mejores a todos. Por todo ello, queridísimo Evaristo, como dice un precioso verso de Verlaine, tú y yo y tantos otros sabemos que tu corazón no ha latido en vano. Que tu viaje hacia los jardines prometidos sea tan ejemplar e ilusionante como lo ha sido el de tu vida.

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