Opinión
El gran reto de Europa
La UE, ante un nuevo escenario internacional que busca otro orden mundial
Con las declaraciones y decretos emitidos por Trump en sus primeros días como inquilino de la Casa Blanca, desde el despacho oval, un pabellón deportivo o el avión presidencial, la política internacional ha pasado definitivamente al primer plano. Los asuntos internos de cada Estado empequeñecen ante la trascendencia de lo que está sucediendo y se presume que puede ocurrir en el escenario mundial, invadido de repente de malos presagios. Hacía tiempo que no subía tanto la tensión a escala global. Desde la guerra fría y las guerras en Irak no se respiraba un ambiente tan tenebroso. Los dirigentes políticos conceden prioridad al rearme y aumentar el gasto militar. Y, aunque el nuevo mandatario de Estados Unidos apunta hacia China, lo cierto es que Europa vuelve a estar en el centro de la disputa. Los países de la Unión son presa de los nervios y aceleran los preparativos para disponer de ejércitos bien dotados y entrenados en caso de conflicto bélico. La alerta a la población y la construcción de búnkeres advierten de manera inequívoca de la gravedad de la situación.
La inquietud es palpable y está justificada. La Conferencia de Seguridad de Munich se celebró por primera vez en la capital bávara en 1963, con el propósito de ahuyentar el fantasma de una guerra después de encontronazos como el provocado por la denominada "crisis de los misiles" de Cuba. El objetivo que la animaba era crear un foro de diálogo para abordar con ansias de paz los problemas de la seguridad internacional. La cumbre, de carácter extraoficial, congregó este fin de semana a medio millar de líderes. De la reunión fue excluido Putin, en castigo por la invasión de Ucrania. El presidente de Rusia, en el ya célebre discurso que pronunció en la Conferencia de 2007, amonestó a los países occidentales manifestando su total desacuerdo con la ampliación de la OTAN a los estados fronterizos que habían formado parte del bloque comunista y marcó territorio. Luego ha cumplido con su amenaza velada causando un destrozo catastrófico en suelo ucraniano, con consecuencias para la política mundial que aún están por ver.
En la Conferencia de este año, Estados Unidos ha copado el protagonismo. Su vicepresidente, J. D. Vance ha estado en Munich para anunciar que "hay un nuevo sheriff en la ciudad", reunirse con la lideresa de Alternativa para Alemania y echar una buena reprimenda a los políticos proeuropeos por limitar la libertad de expresión y abrir de par en par las puertas a la inmigración, en contra, dijo, del voto de los ciudadanos y de lo que Europa representa. Añadió que las quejas por injerencias electorales ponen en evidencia la fragilidad de la democracia en nuestro continente, que el peligro que acecha a Europa no viene de fuera, sino de su interior, y que si la Unión sigue por el mismo camino, y no toma el rumbo de las "políticas alternativas", América nada podrá hacer por nosotros. Todo esto, a una semana de las elecciones en Alemania, cruciales para Europa, cuando en Estados Unidos se discute si el país, dividido por la mitad, está en una crisis constitucional por usurpación del ejecutivo de competencias del legislativo y delegación en Musk de poderes extralegales, o para ello solo falta que el presidente desobedezca a los jueces opuestos a sus decisiones.
Trump está llevando la democracia norteamericana a la quiebra e intenta recomponer el orden mundial según los intereses exclusivos de su país, tal como él los concibe. Visto el fin de la guerra en Ucrania que propone, y oído lo dicho por Vance, es inevitable recordar el acuerdo de Munich del otoño de 1938 y los efectos que propició. La diferencia categórica estriba precisamente en la posición adoptada por Estados Unidos y su actitud hacia Europa. Roosevelt dudó si intervenir, pero a la hora de la verdad no vaciló en enfrentarse a Hitler y establecer la democracia en Europa. Por el contrario, Trump excluye a Europa, la sanciona, y satisface al agresor, sin que se sepa cuál es su verdadera intención. El entorno del Kremlin, eufórico, está envalentonado. El que fuera presidente de Rusia, Medveded, no ha podido resistirse y ha salido a través de las redes a decir que la Unión Europea es una "frígida solterona, débil, fea e inútil, loca de celos e ira".
Ante un desafío de este calibre, quizá el mayor de su historia, la Unión Europea solo tiene dos opciones: mantenerse fiel a lo que ha sido desde su creación y seguir siendo lo que es, con más empeño y determinación, o dimitir, renunciando a ser ella misma. No hay más alternativa que esta. La comisaria de Ampliación ha respondido que los trámites de adhesión de Ucrania avanzarán a toda máquina. Pero también ha habido en estos días declaraciones tibias y otras, quizá las más acertadas, muy cuidadosas y prudentes. Aunque una holgada mayoría del parlamento europeo, recién elegido, es partidario de continuar con el proyecto de integración, Trump está alineando a los partidos por lealtades internacionales. Solo hay que fijarse en las reacciones de los políticos españoles a su actuación.
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