Opinión

El árbitro y el VAR arbitrario

La polémica de cada jornada futbolística, desde distintas cámaras

El VAR ha vuelto vagos a los árbitros. Saber que el ojo que todo lo ve va a acertar en lo dudoso ocasiona que los trencillas pierdan concentración. Ya no tienen que poner los cinco sentidos en el juego para advertir una mano imprevista, una agresión por la espalda, un insulto inconveniente, un pisotón a destiempo: basta con afinar el oído, para estar atento al pinganillo desde el que se reciben las órdenes del compañero atechado bajo un muro de monitores. Alguien les va a poner en limpio el trabajo sucio.

Ya pasó a la historia el personaje futbolístico a quien Galeano definió como “el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición, ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera”. Quien sopla, silbato en ristre, los vientos de la fatalidad del destino, que guarda en su bolsillo los dos colores de la condenación, el empleado de la Federación cuyo trabajo consiste en hacerse odiar ha encontrado un aliado y un parapeto: la tecnología. Y aun así arrecian las polémicas de cada domingo por la tarde. Que Dios nos libre de un mundo de robots y de un fútbol gobernado por las máquinas.

El árbitro es arbitrario por definición. Donde no cabe la arbitrariedad es en la sala del VAR, que debería ser un salón de té y se ha convertido en la mesa de operaciones de la NASA. ¿Sabían que los árbitros del VAR con más actuaciones habían sido descendidos de categoría con anterioridad? Han puesto los mandos de la nave espacial en manos del que parchea el fuselaje. Un Ferrari conducido por el Cocherito Leré. Pobre Florentino.

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