Opinión | Un millón
Míreles el avión
Un tío que no tiene en la cabeza la referencia de un avión ni es tío ni es nada. ¡Qué risa aquellos españoles pequeñucos que aguantaban pacientemente año y medio para que la Seat les concediera un 600 del color que tocara! Veinte años después un español tan alto como Loquillo nos metió la idea de que para ser feliz quería un camión, uno de verdad, no aquellos de Santi Rico en plástico con los que jugaban los niños del desarrollismo que acabaron siendo los constructores del pelotazo. Ahora los tíos poderosos se miden por el avión.
Al elitista Friedrich Merz, futuro canciller alemán conservador, lo que más le pone es pilotar su jet privado, una nave que consiguió como abogado consejero en juntas directivas de empresas grandes y de inversión desde las que logró sobrevolar su derrota política ante Angela Merkel. Merz es la sólida esperanza europea frente al ligero Enmanuel Macron, que hace aterrizar en París a media Europa, charla con ella y vuela a Washington para poner al día al rival americano.
Al otro lado del Atlántico, Donald Trump está que lo lleva Dios con la Boeing, que le debe a la presidencia de Estados Unidos un par de Air Force One (aviones presidenciales, para los que no ven cine de padres) que encargó en su primer mandato, llevan tres años de retraso y unas pérdidas de 2.400 millones de dólares sobre el contrato. Eso obliga a Trump a volar en aviones presidenciales que tienen 30 años, algo que le enfurece porque un presidente de EE UU no solo debe serlo sino parecerlo, y más si es fanfarrón en el sentido musical ruidoso y en el bravucón. No puedes acojonar al mundo bajando del "Halcón milenario", aunque los presidentes donde se la juegan es subiendo la escalerilla, como se vio con Biden. Detrás de un gran hombre siempre hay un gran avión.
Estos personajes de altos vuelos, definidos como impulsivos en dos idiomas diferentes, con afán de revancha (el germano con su partido desde hace 20 años, el yanqui con el mundo desde niño) se opondrán en las alturas: con soberbia el alemán, con matonismo el estadounidense.
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