Opinión

Golfos, amenazas, servilismos, escorias y redes de vídeos

El paso por el poder de los iluminados deja improntas que suelen terminar midiéndose en millones de muertos

Trump es Trump. Si por él fuera, seguro Estados Unidos pasaría a llamarse en breve Trumpamérica. Renombraría todos los accidentes geográficos a su antojo y repartiría los territorios a su libre albedrío siguiendo únicamente criterios de amistad o afinidad hacia otros mandatarios o empresarios. Va a resultar cierto que, como muchos analistas geopolíticos afirman, lo que en realidad le molesta a Trump no es China, ni Tiktok, ni el fentanilo, ni los narcos, ni los emigrantes. Lo que de verdad le reconcome es todo aquello que huela a Europa, a sus ideales, a sus complejos lazos de hermanamiento, a sus valores, a sus coberturas sociales y a todo lo bueno que la UE ha sido capaz de crear sobre las cenizas de la II Guerra Mundial.

El caso es que Trump apenas ha necesitado unos pocos días para aproximarse a Putin, el zar que tanto le ayudó en sus primeros anhelos para llegar a la Casa Blanca con el uso del Grupo Wagner y las fábricas de "trolls" informáticos, que difundieron bulos y "fake news", condicionando la opinión política de muchos norteamericanos. De eso hace 8 años, aunque hoy ya nos parezca un milenio. Trump le debía favores a Putin y en menos de dos semanas, le ha dado la vuelta al relato, ha inculpado a Zelenski sobre el origen del "conflicto" y ya se está frotándose las manos al cuantificar la tajada que sacará al quedarse con gran parte de las riquezas minerales de Ucrania.

Estos 3 años de guerra han tenido un gran coste humano: 850.000 bajas, entre muertos y heridos, en el lado ruso y 430.000 en el ucraniano. Llegar a un acuerdo rápido de alto el fuego sería lo más conveniente para todos, pero sin ignorar a ninguna de las partes; porque, la cuestión última que se está determinando es qué herramientas pudiera llegar tener un país ante la usurpación de su territorio por parte de otro.

Últimamente, o quizás ha sido siempre así, el mundo parece estar en manos de desquiciados y por desgracia, esta atmósfera cada vez se asemeja más a los acontecimientos que se sucedieron en Europa en los años 30 del pasado siglo con el surgimiento de los movimientos fascistas, las consignas sobre la pureza de raza, las supremacías, las aspiraciones territoriales expansivas y los recortes de derechos y libertades hacia el autoritarismo. No deberíamos tampoco olvidar que esos acontecimientos a nosotros nos impactaron de pleno. La guerra en España fui el primer bastión donde el fascismo probó sus fuerzas. Y que, mientras Franco recibía ayuda militar directa de Alemania e Italia, los aliados se ponían de perfil, limitándose a labores humanitarias, y calificando nuestra tragedia como un asunto interno, sin querer vislumbrar que lo que en España se estaba dirimiendo en realidad era algo mucho más profundo y más vírico, algo que terminaría afectando y devastando a toda Europa.

Y ahora que, de repente, se vuelve a enturbiar el panorama político, ahora, que cada vez lo remotamente imposible se vuelve cada vez más plausible y todo se pone tenso y fantasmagórico, es cuando vemos que en el germen de este ambiente bélico no está sólo en las circunstancias concretas de la guerra de Ucrania, o de Gaza; tampoco no sólo en los sueños trumpistas de anexionarse Groenlandia, el Canal de Panamá o Canadá; tampoco en las desviaciones de las balanzas comerciales, la fuerza financiera de las criptomonedas, la provisión de tierras raras, las estrategias mineras en países africanos, las rutas marítimas resultantes de un cambio climático o las cuestiones aparentemente más livianas como pudieran ser el exceso de funcionariado, las consignas para la no contratación con proveedores que tengan implantados en sus empresas planes de responsabilidad social corporativa, de gestión medioambiental, de diversidad, inclusión o igualdad. Siendo como es este panorama, verdaderamente grave y terrible, la cuestión última que nos estamos jugando es algo aún más primario y fundamental. Nos jugamos la utilización de la ley del más fuerte por el mantón de turno y sus efectos contagio, sin que haya ningún mecanismo efectivo de prevención o retención disuasoria.

Si esto es así, entonces, ¿quién nos librará de los tiranos?, ¿quién de las injusticias?, ¿quién defenderá a los más vulnerables, sean éstos, personas o países? ¿quién nos salvaguardará de un capitalismo feroz, irresponsable y violento que traerá aceleradamente la devastación del medio?, ¿quién velará por los procesos democracias? La respuesta es que seguramente nadie. Por ello tendremos que empezar a pensar seriamente en autodefendernos, en establecer trincheras de retención ante argumentos despóticos, en reaccionar con más vehemencia dialéctica ante cualquier vulneración de derechos, mentira, distorsión o falacia, empezando por aquellas que afecten a nuestro entorno más próximo. Deberíamos ya, sin dilación, salir de la comodidad del "queda bien", de la inacción, del "happy flower", de la no implicación o de la desviación de la mirada. Deberíamos, en definitiva, salir de la narcosis hipnotizante en la que hemos vivido sin reaccionar con más contundencia ante los abusos, las trampas o los servilismos de los que se aprovechan los más poderosos. Y sobre todo, deberíamos de hacer verdadera pedagogía sobre el pasado, abandonar las versiones edulcoradas, fomentar aún más la cultura histórica y democrática en la educación, e intentar preparar a los jóvenes con mayor carga de espíritu crítico para que pudieran llegar a contrarrestar las manipulaciones que se les avecinan con unas IAs cada vez más sofisticadas e impostoras.

El escritor húngaro Arthur Koestler, escribió en 1941 un libro titulado "La escoria de la tierra". En él, relataba sus experiencias como prisionero en el campo de concentración francés de Le Vernet donde fue internado al ser calificado como "indeseable" y "escoria". Tuvo mucha suerte Koestler. Consiguió intermediación británica para que lo liberasen: era ya un reconocido periodista. También tuvo suerte mi abuelo Torrijos, que estuvo en el mismo campo 3 años, acusado de lo mismo: de "indeseable" (por ser un rojo español). Mi abuelo consiguió fugarse meses antes de que el llamado Tren Fantasma trasladara a muchos de sus compañeros al campo alemán de Dachau, donde vivieron los horrores nazis. Esto lo cuento por la vital necesidad de que sean ustedes conscientes de todo el sufrimiento vertido para poder llegar a tener una Europa tal y como ahora la disfrutamos. Nada ha sido gratis. Y, adicionalmente, para que tengamos claro que el paso por el poder de los iluminados, de los que se creen designados por fuerzas divinas, deja improntas que suelen terminar midiéndose en millones de muertos.

Pero, tengamos esperanza. Como dijo Koestler: "El pasado nunca puede ser cambiado, pero el futuro siempre está en nuestras manos".

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