Opinión

El Papa del fin del mundo

Cuenta la leyenda que un monaguillo hizo inoportunos gestos de alborozo con ocasión de la muerte de un papa. «Es que así corre el escalafón y hay más oportunidades de ascender», explicó el acólito a su desconcertado párroco. A falta de monaguillos, cabildean y hasta puede que conspiren ahora los cardenales ante una eventual sucesión del Papa Francisco, que anda mustio de salud. Eso sería, de resultar cierto, una falta de caridad o cuando menos de respeto, pero es lo que suele suceder en estos casos: ya se trate del Vaticano, ya de cualquier otro centro de poder.

Tal vez estén perdiendo el tiempo los purpurados. Por mucho que hagan lobby a favor de sus candidatos a sustituirlo, el actual pontífice podría no tener relevo si hemos de creer a las profecías de San Malaquías o a las de Nostradamus. Malaquías, al que nunca desmintió la Inquisición, vaticinó hace ya cosa de nueve siglos que habría 112 papas –incluidos los antipapas– a partir de Celestino II, que era su referencia en el siglo XII. El último de la dinastía apostólica coincide, según los cálculos de varios de los intérpretes de la profecía, con el ahora encamado Francisco.

Tras la muerte de este, al que hay que desear muchos años de vida, terminaría la serie histórica pontificia con la destrucción de Roma y la llegada de un «juez terrible» que juzgará al pueblo. Algunos expertos en estos misterios lo interpretaron como una metáfora del Juicio Final.

Profetas aparte, la misma Biblia sugiere en el libro del Apocalipsis que el fin del mundo llegará precedido de grandes catástrofes que bien podrían resumirse en la arribada de Donald Trump al solio pontificio de Washington. El César Imperator no para de advertir con el riesgo de una Tercera Guerra Mundial a quienes no le cedan la mitad de sus minerales estratégicos. Y, si el aviso se cumpliese, no habrá una cuarta en este mundo poblado de armas nucleares.

Felizmente, las profecías del santo son consideradas, en general, como apócrifas, es decir: falsas. Para alivio de todos, el fatal augurio de Malaquías fue reputado de falacia, entre otros, por un jesuita francés y por el padre Feijoo, que era gallego y por tanto escéptico de cuna.

Es lo que tienen las profecías. No siempre es fácil comprobar su autenticidad; y en general adoptan forma de parábolas que exigen interpretación. Lo mismo sirven para predecir la llegada de Hitler o Napoleón que los atentados de las Torres Gemelas o la irrupción de la inteligencia artificial, según quien las descifre.

Aun así, hay motivos para la inquietud de feligreses y ateos. Prueba de ello es que ni Malaquías ni Nostradamus –anunciador del «papa negro»– fueron capaces de adivinar la irrupción de Trump, que manda más que el Papa. No es que el nuevo emperador oficie de Anticristo, naturalmente; pero en solo un par de meses ha puesto el mundo patas arriba, en lo que bien pudiera parecer un anticipo del Apocalipsis.

Por si sí o por si no, creyentes e incrédulos debiéramos empezar a rezar por la salud de Francisco. No vaya a ser que Malaquías acierte con el pronóstico. n

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