Opinión

Monedero y la fábrica del amor

Distintas modalidades de beso que en política han sido

Ahora ya sabemos a qué se refería Juan Carlos Monedero cuando dijo que Podemos era una fábrica de amor después de que en el teatrillo del hemiciclo, durante la sesión de investidura de 2020, Pablo Iglesias le apretara los labios en directo a Xavier Domènech, con luz y taquígrafas. La factoría del amor podemita no se refería a aquel beso a tornillo de afecto masculino al modo pasional de Honecker y Breznev, sino a un ataque frecuente de testosterona rayano con la agresión sexual, como se vería una legislatura después.

 Los principales apóstoles del “no es no” acabaron cayendo en el “porque sí”. Estos predicadores de piquilla, en vez de dar trigo se daban al piquito sin consentimiento. Es lo que pasa cuando los teóricos pasan a la acción, que se les va la mano. A Monedero, como a Errejón, les han pillado con las manos en la nalga.

Hay besos robados, como los de estos dos pájaros de cuenta, y besos de Judas, modalidad que ha sido frecuente en la trayectoria política de Podemos, partido que en la práctica ha tratado de blanquear el beso negro.

Existen también besos traidores, como el de Trump a Putin, coautores de la versión 2.0 del rapto de Europa al modo del óleo de Veronés, y muñidores del intento común de hacer besar la lona a un Zelenski de morros.

Hay besos convexos, de agárrate que vienen curvas, como el de Rubiales; y besos cóncavos con cabos sueltos, como el de Madonna y Britney Spears. Para un cinéfilo no existe beso más ardiente que el de Burt Lancaster y Deborah Kerr sobre la arena de la playa en “De aquí a la eternidad”, ósculo mayúsculo de esdrújulo océano.

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