Opinión
Nos preparamos para la guerra, pero no para las pandemias
No tenemos el conocimiento o los medios para evitar que los virus nos sigan infectando y, cuando disponemos de ellos, nos ponen en peligro la estupidez y el desprecio a la ciencia

Militares delante del Teatro Campoamor durante el confinamiento de 2020 / Juan Plaza
Mi madre falleció entonces, durante el covid-19. El aniversario de la pandemia coincide con el recuerdo de muchas muertes causadas por un único virus. Hoy conmemoramos un tiempo de dificultades, miedo, tristeza y muerte. Por aquel entonces yo escribía una tribuna para "El País" titulada "La pandemia que vendrá", avisando que la del covid-19 podría no ser la última. La amenaza persiste, la predicción sigue vigente.
El 26 de febrero de 2025, las autoridades sanitarias de Texas anunciaron un brote de sarampión que ha provocado 20 hospitalizaciones y la muerte de un niño, la primera en Estados Unidos desde 2015. El brote identificado a principios de febrero en el condado de Gaines en Texas se ha intensificado desde entonces.
El 28 de febrero de 2025, el número de casos confirmados había aumentado a 146, de los cuales el 95% son niños no vacunados. El brote se ha extendido a más de nueve condados de Texas y a Nuevo México. La baja tasa de vacunación en el condado de Gaines (82% en niños de guarderías, comprado con el 93% nacional) se cree que ha contribuido a la propagación del virus.
En mi libro "Viral", comenté que vivimos en la virosfera, rodeados por miles de millones de virus que infectan animales y que, aunque pocos pueden saltar entre especies, cuando lo hacen pueden causar enfermedades letales como el SARS, el MERS, el covid-19 y el ébola. No disponemos del conocimiento o los medios para evitar que sigan infectándonos, mostrando la vulnerabilidad de nuestra especie. Paradójicamente, incluso cuando disponemos de esas medidas, la estupidez humana, la ignorancia y el desprecio por la ciencia nos ponen en peligro sin necesidad.
En Texas, donde vivo, las dudas sobre la necesidad de la vacunación han aumentado, especialmente desde la pandemia covid-19, y este brote ha puesto de manifiesto la preocupación por el descenso de las tasas de vacunación, que ha dejado a las comunidades indefensas ante éste y otros virus.
El covid-19, faltos de vacunas y tratamientos eficaces, nos sumió en una realidad distópica. La economía se desplomó y el personal sanitario fue víctima de acoso y agresiones. En las universidades, compañeros y compañeras de clase se transformaron en amistades peligrosas y las facultades americanas desalojaron a los alumnos. Dos de mis hijos volvieron a casa y tomaron clases por internet. Diferente de lo que ocurría en Estados Unidos y otros países, las autoridades políticas españolas, con crueles excepciones, no fallaron al ciudadano.
El sarampión es una de las enfermedades más contagiosas del planeta. Alguien que se encuentre en una habitación con una persona infectada y que no esté vacunado tiene un 90% de probabilidades de contagiarse, si no ha pasado la enfermedad. El virus del sarampión se transmite por las gotitas que liberan al aire las personas infectadas al toser, estornudar o simplemente respirar. El virus, como el coronavirus, puede sobrevivir suspendido en el aire o en superficies interiores hasta dos horas, por lo que las personas pueden infectarse al tocar una superficie con partículas del virus y luego tocarse la cara.
A pesar del dolor y las muertes, no hemos aprendido mucho con la pandemia del coronavirus y la historia parece que volverá a repetirse. Como entonces, la situación actual con el sarampión ha suscitado un debate político y social. Ha habido críticas a la respuesta de los dirigentes estatales. La respuesta inicial del Secretario de Salud de EE.UU., Robert F. Kennedy Jr., fue calificar el brote como "no inusual".
Nos preparamos para las guerras, pero no para las pandemias. No hay un presupuesto anual para sufragar los gastos de maniobras anti-pandemias. No hay simulacros multinacionales para protegerse de un virus de transmisión aérea. Sin estos ejercicios, es difícil detectar cuáles son los fallos sociales, médicos o de comportamiento que podrían ser reparados y facilitar una respuesta rápida y eficaz cuando llegue el siguiente virus. Porque el próximo virus llegará. Quizás ya ha comenzado a infectarnos en una zona alejada de nuestra civilización, de los elementos ordinarios de detección, ¿quién sabe?
Por ejemplo, una nueva y misteriosa enfermedad ha surgido en la República Democrática del Congo, causando alarma entre las autoridades sanitarias. El brote comenzó en enero de 2025 en la aldea de Boloko, donde tres niños comieron un murciélago y murieron en 48 horas tras presentar síntomas de fiebre hemorrágica. Desde allí, la enfermedad se propagó, como un incendio, a otras aldeas, y ha cobrado la vida de más de 60 personas e infectado a más de 1.000.
Lejos de las selvas africanas, durante el covid-19, mi hospital, una clínica oncológica con una población numerosa de pacientes inmunodeprimidos, muy susceptibles a la infección por el coronavirus, fue de los primeros hospitales en decidir cerrar los laboratorios de investigación. Y vivimos durante meses encerrados en casa, aprendiendo a comunicarnos con zoom, Webex, Skype y Facetime. El teletrabajo, que ha terminado cambiando muchas áreas del mundo laboral, fue una solución a medias. Las enfermedades psiquiátricas se dispararon entre el personal forzado a vivir en casa. Necesitamos contacto humano para estar sanos. Así somos de fuertes y de débiles.
La temible enfermedad del Congo se presenta con fiebre, dolores de cabeza, escalofríos, sudoración, rigidez de cuello, dolores musculares y articulares, hemorragias o secreciones nasales, tos, vómitos y diarreas. La diversidad de los síntomas dificulta el diagnóstico ya que imita al virus que causa fiebres hemorrágicas, meningitis, trastornos gastrointestinales e intoxicaciones.
Sea cual sea la causa, preocupa su rápida progresión, porque muchos enfermos fallecen durante los primeros dos días. Las pruebas iniciales han descartado virus mortales conocidos como el ébola y el Marburg. Este enigmático brote pone de manifiesto la constante preocupación por las enfermedades zoonóticas, aquellas que se transmiten de los animales a las personas, y que incluyen al coronavirus y la gripe, sobre todo en regiones donde es habitual el consumo de carne de animales salvajes. Tales brotes en África han aumentado más del 60% en la última década.
Volviendo a los Estados Unidos y a un virus muy conocido. Nos enfrentamos en este momento a una posible amenaza pandémica: el virus H5N1 de la gripe aviar. Desde 2022, el virus H5N1 ha provocado la pérdida de millones de aves de corral en Estados Unidos, con la muerte de 19 millones de muertes en los últimos 30 días. El virus ha sido especialmente devastador para las gallinas ponedoras de huevos, causando importantes trastornos en la cadena de suministro de huevos y elevando sus precios a máximos históricos.
El covid-19 tuvo momentos en que su letalidad parecía crecer de modo imparable. En una de aquellas terribles semanas, el número de muertos en Nueva York pasó de la media de 1000 a convertirse en 2000 en solo dos días. Este crecimiento exponencial desbordó la capacidad de los hospitales para admitir enfermos graves. Las UCIs, como comprendimos enseguida, contaban con un número muy reducido de camas.
Mientras que en España parecía que se estaba llegando al pico de la incidencia, pero en los Estados Unidos faltaban todavía semanas para alcanzarlo y se predecía que fallecerían entre 100.000 y 240.000 pacientes.
La gripe aviar no esta en esa situación, pero ha dado un giro alarmante hace muy poco. En marzo de 2024, el virus H5N1 empezó a propagarse rápidamente entre el ganado vacuno, con el ritmo vertiginoso que solo pueden adquirir las infecciones de virus no controladas. En febrero de 2025, el virus se había detectado en 972 granjas de 17 estados. Aunque la tasa de mortalidad en el ganado sigue siendo baja (menor del 2%), la adaptación del virus al ganado es muy preocupante, debido al riesgo de transmisión a humanos. Y ya se han notificado 70 personas infectadas, la mayoría relacionados con el contacto directo con animales infectados o sus productos. Sin embargo, que existan tres casos sin fuente de infección conocida hace temer una posible transmisión entre humanos. Peor aún, al menos una persona ha fallecido debido a la infección.
En épocas de pandemias, como el covid-19, la muerte viaja por el aire. Me dieron la noticia del fallecimiento de mi madre por WhatsApp. Con 95 años no pudo superar una neumonía de causa no investigada. Murió en su casa en Barcelona, sin que pudiera acercarme a visitarla. El coronavirus había inactivado los pasaportes. No me dejaron viajar desde Houston a Europa, difícil también que me permitiesen entrar en España, y mucho más difícil que me permitiesen regresar a Texas. En Barcelona, no hubo entierro ni funeral. Solo pude mirar dentro de mí y allí solo encontré luto y sentimiento de culpabilidad. Unos días más tarde, un hermano de mi madre, mi mentor y buen amigo, también fallecía. Pero yo era un adulto con vida independiente, pero por cada dos personas que murieron debido al covid-19, un niño quedaba huérfano tras enfrentar la muerte de padres o abuelos que lo cuidaban o vivían en su casa. A finales de junio de 2021, dos millones de niños menores de 18 años habían perdido a sus cuidadores. Los impactos económicos, de desarrollo y psicológicos en estos niños tendrán repercusiones en distintas generaciones, un trágico legado, y muchas veces ignorado, de la mortalidad relacionada con el covid-19.
Mientras el virus H5N1 sigue evolucionando y propagándose, las autoridades sanitarias y los investigadores siguen de cerca sus cambios genéticos. La preocupación principal de que el virus adquiera mutaciones que faciliten la transmisión eficaz entre humanos sigue siendo motivo de gran preocupación. Si se produjeran tales cambios, podría desencadenarse una pandemia similar a esa que algunos llamaron equivocadamente la "gripe española", que infectó a 500 millones de personas, más del 25% de la población mundial en aquel momento, y que causó más muertes que las dos Guerras Mundiales juntas.
Durante los últimos coletazos del coronavirus, levantarse de la cama, confinado, sin poder ir al trabajo, parecía una condena o una maldición. Miembros de la familia tenían síntomas de viriasis. Y otros estaban con bajas laborales o sujetos a ERTE. Las empresas en EE.UU. acabaron recibiendo una inyección de capital enorme, pero eso no evitó los despidos. El sector sanitario, donde vivieron y murieron los héroes de aquel duro presente, no fueron una excepción. Una vez acabada la crisis, muchos perdieron sus puestos de trabajo. El corazón del capitalismo es uno de los lugares más fríos del universo.
El sarampión, que muestra los colmillos entre la ignorancia y la demagogia, las zoonosis de África y otros lugares que apuntan hacia peligros desconocidos, la gripe aviar con su adaptabilidad en progreso, y los recuerdos del covid-19 se mezclan en mis reflexiones y en mis temores. Sería fantástico que las escandalosas cifras de enfermos de aquel ayer del coronavirus hiciesen comprender, en este aniversario, a aquellos que manejan presupuestos nacionales que debemos prepararnos para la futura pandemia. Pero la política está llena de desmemoriados que solo viven el presente y el futuro cercano. No quieren que les digan que el covid-19 podría no tener punto de comparación con la pandemia que vendrá.
- Manu se sincera en su adiós en Pasapalabra y se despide: “Va a ser muy duro no teneros
- Un cumpleaños en Gijón acaba con varios niños infectados de salmonela, tras participar en un taller de repostería
- Ella era la reina de la noche gijonesa', recuerdan sus amigos sobre la popular Madame Riti, fallecida en Madrid a los 91 años
- Un asturiano gana el bote de Pasapalabra: 1,5 millones
- Un camión queda encajado bajo un puente en la 'Y' y tarda más de una hora en sobrepasarlo por el carril izquierdo
- Decisión sin precedentes en Pasapalabra: Manu y Rosa abandonan el programa para emprender un nuevo proyecto profesional
- Récord absoluto de población en Oviedo: llega a 226.147 habitantes y uno de cada diez vecinos ya es inmigrante
- La mejor fabada del mundo ya tiene finalistas: estos son los restaurantes