Opinión
Trump cree en el cambio climático
Cada nuevo artículo sobre Trump confirma que es lo más importante, o lo único, que está sucediendo en el planeta. La definición más correcta del personaje vino firmada por Henry Kissinger en 2018, y sigue vigente. «Es una de esas figuras que aparecen de tanto en tanto en la historia, para marcar el fin de una era y obligarla a renunciar a sus antiguas pretensiones». Y aquí encajaría el negacionismo climático del presidente de Estados Unidos, que arranca las mayores explosiones de júbilo de sus huestes al grito petrolífero de «drill, baby, drill». Sin duda, es la única figura capaz de colar un pornográfico «perfora, nena, perfora» en el discurso de la jura del cargo cenital del planeta.
Se acuerda entonces por unanimidad que Trump niega el cambio climático. Nada más inexacto, porque el magnate inmobiliario cree a ciegas en el calentamiento global, en el que ha depositado sus esperanzas económicas y anexionistas. Las piezas del rompecabezas planetario a conquistar por Washington incluyen nada casualmente a Canadá y Groenlandia. Ahora mismo, la explotación minera en la isla controlada por Dinamarca está reducida a la mínima expresión, con temperaturas inferiores a cuarenta grados bajo cero y una población inferior a sesenta mil personas. Al margen de factores geoestratégicos que nunca han preocupado al presidente estadounidense, el negocio se vería muy favorecido por un recalentamiento que en el Ártico cuadruplica la velocidad planetaria.
Si se necesitan más datos geográficos, Trump se alía con la Rusia siberiana, no solo en lo político. Ensoberbecido, desea acelerar el cambio climático porque se siente capaz de domar el derretimiento global a buen precio. Los enemigos humanos se le han quedado pequeños y desafía a la naturaleza en pleno. ¿Se ha vuelto loco? Solo hasta que se recuerda que el químico James Lovelock, inspirador de las doctrinas de amor planetario con su hipótesis Gaia que transforma a la Tierra en un ser vivo, señaló que ya solo se dirime la velocidad de colisión de la inevitable catástrofe climática. Con su «ya pueden meterle gas al Ferrari», el científico confirmaba así la pretenciosidad contemporánea denunciada por Kissinger.
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