Opinión

El cicatero moral y su aversión al verbo dar

Llamamos tacaño a quien febrilmente escatima el gasto, a quien le cuesta desembolsar; sin embargo hay un roñoso peor, el rácano moral que escatima ánimos y piropos al prójimo, es decir, al próximo, el que es mezquino con los gestos de cortesía y aborrece el verbo dar.

¿Quién no conoce a gente agarrada al dinero, que lo suelta mal? En cambio, nunca sabe uno en profundidad los compromisos, los miedos y los sueños, las cuentas de cada cual; de ahí que considere más infame la vileza inmaterial, cuando negamos palabras de ánimo, o regateamos un piropo, sea o no merecido.

Creemos que halagar a alguien que, a nuestro parecer, no lo merece, significa bajar el listón de nuestro criterio, y es un error: ser generoso en cuestiones éticas o estéticas no perjudica nuestro prestigio como peritos ni nuestra honradez, salvo que sea con alguien a quien por razones laborales servimos, en cuyo caso hablamos de indigno peloteo, o sea complaciente con un enemigo, en cuyo caso hablamos de añagazas. Ser injusto por generoso significa altura de miras, altruismo espiritual, propio de almas buenas.

Con frecuencia, ante la posibilidad de complacer a una persona, nos atenaza el rigor, la obsesión de ajustar cuentas, de ponerla en su sitio o más abajo, para demostrar que somos íntegros, valientes e insobornables; otras veces nos frenan los celos, la miseria, la pereza... Pero, de la misma manera que decimos "¡Buenos días!", deseando a quien nos encontramos que la meteorología le sea propicia y agradable la jornada, deberíamos siempre regalar palabras de aliento no sólo a esas personas de existir poco innumerable, de llama baja, sino a todos los linajes, y aún diría más: que no nos fatigue felicitar al que medra.

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