Opinión
La importancia de unos presupuestos
La prórroga de las cuentas, un trastorno institucional
Los problemas surgidos en el seno del Gobierno y entre la coalición y los grupos parlamentarios que la sostienen están teniendo lógicas consecuencias políticas y, lo que resulta más grave, una repercusión muy negativa en las instituciones, particularmente en la actuación de las dos cámaras que componen las Cortes y en la relación del Ejecutivo con ellas. Ante el rumor difundido por los medios, los periodistas preguntaron en Bruselas si el Gobierno iba a presentar el proyecto de presupuestos, a lo que el presidente respondió que si no conseguía reunir suficientes apoyos "se prorrogan, sin ninguna duda, porque ahora mismo lo que necesitamos es estabilidad". La respuesta tiene un trasfondo político que no cabe ignorar.
La prórroga presupuestaria está prevista en la Constitución. Es automática a partir del primer día del año si para entonces aún no hay nuevos presupuestos y rige hasta que sean aprobados. Pero el mismo artículo impone primero al Gobierno la obligación de presentar el proyecto con una antelación mínima de tres meses, que es el tiempo que concede la Carta Magna a las Cortes para su "examen, enmienda y aprobación". El Gobierno, por tanto, ya ha incumplido el mandato constitucional. Los ministros aseguran que están trabajando en ello, pero los partidos políticos reconocen que no hay contactos. De las palabras de Pedro Sánchez se deduce que el Gobierno tiene la voluntad de continuar indefinidamente, aunque la situación política le impida aprobar unos presupuestos en lo que queda de legislatura. Queriendo quitarle importancia al tropiezo, dio por buenos los presupuestos prorrogados y destacó la cohesión del Gobierno en torno a la agenda social que se propone desarrollar.
La prórroga no es ninguna novedad. Ha habido varias provocadas por citas electorales y debates de investidura celebrados en fechas inoportunas. Pero no son excusas válidas en esta ocasión. En similar circunstancia, Felipe González no consiguió los votos de los nacionalistas catalanes y convocó unas elecciones de las que salió derrotado. Lo mismo que hizo el excanciller Scholz, con pronósticos muy desfavorables, luego confirmados en las urnas. El mismo Pedro Sánchez arrinconó a Rajoy, siendo este presidente, equiparando la utilidad de un gobierno sin cuentas a la de un coche sin gasolina. Y no dejó de afear al PP el incumplimiento de la Constitución en que incurría al obstaculizar la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
El hecho de no presentar siquiera el proyecto de presupuestos, además de suponer una infracción seria de la Constitución, priva al parlamento de ejercer su función más característica desde sus orígenes históricos, introduce cierto desorden en la gestión de los recursos públicos y resta eficacia a las tareas de control y evaluación, que se hacen extremadamente difíciles y laboriosas. Dado que los presupuestos prorrogados fueron aprobados cuando el Congreso tenía una composición diferente y que el Congreso actual aún no ha tenido la posibilidad de estudiar ningún proyecto presupuestario, sorprende que la institución que representa a los ciudadanos no reclame al Ejecutivo el inicio del trámite y, por el contrario, guarde un clamoroso silencio.
En las constituciones de los países vecinos en los que nos hemos mirado para redactar la nuestra no figura la obligación del gobierno de presentar un plan de ingresos y gastos, pero en los sistemas parlamentarios se sobrentiende que si el parlamento no aprueba el proyecto presupuestario es que rechaza al gobierno y, en tal caso, este debe renunciar. Reconocer que no puede tener presupuestos equivale a admitir que es incapaz de gobernar. La razón por la que Pedro Sánchez no presenta sus cuentas es el temor a que le sean devueltas. Aunque ello implique forzar las instituciones hasta el punto de faltar a un deber constitucional y tenga que someterse al calvario de pagar un alto precio por cada decreto ley.
La cuestión presupuestaria no acaba en el trastorno institucional que ocasiona. Políticamente, desnuda al Gobierno y pone las cosas en un estado provisional permanente. Las votaciones de la semana pasada, visto el cómo y el por qué se produjeron, reducen la pretensión de Pedro Sánchez a vana ilusión. De proclamar el "somos más" hemos pasado a "la complejidad de un parlamento fragmentado" con que disimula la portavoz gubernamental la ausencia de una mayoría parlamentaria y el constante tambaleo del Gobierno. La perspectiva de una legislatura estable, por la que pugna sin asomo de fatiga el Presidente, se aleja. Será una estabilidad condicional, la que quiere Junts. Ni cuestión de confianza ni moción de censura, porque cualquiera de las dos daría carpetazo a todas las carpetas abiertas. Algunos especulan con que no se aprobarán unos presupuestos hasta después de las próximas elecciones. Pedro Sánchez ha emplazado a decidir en 2027 entre progresistas y negacionistas. ¿ Y mientras? n
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