Opinión | Futuro Europa
El nuevo rapto de Europa
Un creciente y peligroso movimiento antieuropeo dentro y fuera de la Unión
Europa es tan deseable que el propio Zeus no sólo se encaprichó de ella, sino que la raptó. El todopoderoso dios del Olimpo se transformó en un hermoso toro blanco y se mezcló con las demás reses de la familia de la joven. La cándida muchacha, que estaba recogiendo flores, descubrió al atractivo animal, se acercó a él y le acarició el lomo. Al creer que era manso, la incauta se montó en su grupa, ocasión que aprovechó el astuto dios para llevarla consigo a sus dominios de Creta.
Vistos los últimos acontecimientos, la leyenda de la mitología griega parece revivir. Da la sensación de que la vieja Europa mantiene toda la candidez y el encanto de su juventud. De hecho, los nuevos "dioses" pretenden dominarla, raptarla. Putin, con sus tanques, le arrebata su terreno. Trump, con sus aranceles, diezma sus bienes. China, con su poderosa economía, la avasalla y empobrece.
La bella Europa, pese a su senectud, sigue manteniendo todo el atractivo que encandiló a Zeus. No es de extrañar que sea el objeto del deseo de inmigrantes del mundo entero. Las últimas cifras indican que 3,7 millones de personas entraron en la UE de forma legal en 2023. En torno a un millón de refugiados pidieron asilo. En contra de lo que muchos piensan, el número de inmigrantes ilegales no llegó, en el mismo periodo, a los 400.000 y el total de ciudadanos procedentes de fuera de la UE sólo representa hoy el 6 por ciento de su población.
En cualquier caso, asistimos a una creciente oleada de antieuropeísmo. Los principales enemigos de Europa, con frecuencia, somos los propios europeos. Los hay que reniegan de Bruselas y prefieren echarse en brazos de Trump. Los hay que no pueden evitar una simpatía por la Rusia de Putin. Incluso los hay con cierta vocación tercermundista, que preferirían una comunidad de no alineados –como la Yugoslavia de Tito– a una comunidad europea. No por casualidad, todos ellos se enmarcan en formaciones radicales de izquierda y de derecha, extremistas sí, pero cada vez con más seguidores.
Tengo la impresión de que gran parte de esos que ahora en España apostatan de Europa son aquellos que no han vivido fuera de la Europa comunitaria. Porque, de haber sido así, sabrían que fuera de Europa hace mucho frío y, si no, que se lo digan a los británicos. Sabrían lo que es sentir que África empieza en Los Pirineos, lo que es ser ciudadanos de tercera en las grandes democracias occidentales, lo que es tener que soportar que el país vecino acoja a terroristas tras asesinar a nuestros paisanos, padecer unas infraestructuras propias del Tercer Mundo y tantas cosas más.
Esos antieuropeos de nuevo cuño no conocieron la radical transformación del país a partir del 1 de enero de 1986, cuando pudimos proclamar, entre orgullosos y castizos, aquello de "ya semos europeos". Se creen que la red de autopistas, la de ferrocarriles, las grandes infraestructuras, la libre circulación (de personas y mercancías), el compromiso de una defensa común, las becas Erasmus, en suma, la vertiginosa modernización, ha caído del cielo. Para nada. En gran parte se la debemos a los fondos europeos.
Es verdad que la adaptación de nuestra economía a la europea ha supuesto –y sigue suponiendo– enormes sacrificios. Pero el balance se decanta claramente a nuestro favor. Desde el ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea, el PIB español ha aumentado un 339,6%. Y no sólo nos hemos beneficiado en lo económico, sino también en lo cultural. Compartimos con Europa una cultura y unos valores que nos hermanan. Lo lógico, en un mundo global como este, es que formemos parte del bloque que nos es más afín, y no nos convirtamos en una Corea del Norte emparedada entre Europa y África.
Si queremos mantener nuestro estilo de vida –protección social, seguridad, democracia…– tenemos que defenderlo, y para defenderlo, por más odioso que resulte, necesitamos un rearme no solo armamentístico, sino también moral. Necesitamos defendernos antes de que nos devoren el oso ruso, el águila calva estadounidense o el dragón chino. No podemos dejar que nos rapten a nuestra ingenua Europa como la raptó el astuto toro blanco.
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