Opinión

Del dolor negro al monte verde

La muerte de cinco mineros en Degaña

Se visten Asturias y León, Villablino y Degaña, de luto porque la mina, siempre dura y negra, se ha tragado cinco vidas nuevas de hombres jóvenes que en las entrañas de la tierra labraban su sustento. Duro trabajo este de arrancar en las profundidades las materias que "el progreso" reclama.

La actividad minera, uno de los pilares de la Historia que nos hizo entrar en la contemporaneidad allá por el siglo XIX, tiñó demasiadas veces de amargura las comarcas mineras. A veces la tragedia sobrecoge más porque nos pilla a contrapié. La mina ya no es lo que era, en decadencia como está, y, como ha dejado de ser la ocupación masiva de otros tiempos y el trabajo ha extremado su seguridad, confiamos que lo malo no vendrá. Pero internarse en el lúgubre vientre donde se engendra el mineral sigue teniendo sus riesgos y a veces, cual diosa iracunda, la mina estalla y los mineros mueren en la oscuridad, mientras el dolor sube rampa arriba y encoge el corazón de los familiares y de las gentes de bien. Llanto otra vez en la "familia minera". Clamor pidiendo responsabilidad y más seguridad. Silencio compartido de respeto. Rezos de laicos y creyentes… ¡qué difícil es trabajar para vivir! La vida es un precio excesivo. No echamos cuentas de cuántos sacrificios ha costado la minería; sólo queremos, cada vez que esto pasa, que no vuelva a pasar.

Esta vez ha sido allí donde Cerredo y Villablino se dan la mano, donde las marcas políticas y administrativas ponen límites que los humanos rompen en abrazos de comunidad fraternal e histórica, viven gentes maravillosas que aman a sus pueblos verdes de montañas y bosques. Son sitios de las fronteras a veces percibidas como lejanas, que reclaman atención contra un injusto abandono y marginalidad. Han sufrido reconversión, emigración, desgaste económico y casi aislamiento. Se ha hecho mucho por remediar esa territorialidad extrema, queda todavía otro tanto.

Algunos de los que en los pueblos viven vinieron de muy lejos y se quedaron cuando eran prósperos pueblos mineros. Pasó en todas las comarcas de la minería; todos, en cuerpo propio o próximo, somos inmigrantes aclimatados donde nos lleva el río vital. Otros, allí nacidos, hijos de esa patria, se han quedado y empeñan en hacer visible su tierra, aunque tengan que cargar con trabajos ingratos; los hay que se ganan la vida en otros lugares o viven fuera, pero vuelven y se juntan en las fiestas, en las conmemoraciones históricas, para abrir un bosque mágico o proponer recuperar caminos viejos olvidados, iniciativas con las que reavivar el orgullo de las siempre solidarias márgenes, donde se funde lo mejor de cada cual.

Comparten antiguas historias de heroicas resistencias invasoras, remontándolas a lejanos tiempos. Celebran ambos lados haber aguantado mientras pudieron a los franceses y auxiliado a la Junta General del Principado de Asturias en aquel tiempo difícil hace más de dos centurias. Comparten los de Laciana de allí y los de Cerredo y Degaña de aquí un habla propia, el Patsuezu, que esto de hablar con particularidades reconocibles une mucho; se juntan en los altos campos comunes para verse y disfrutar de esa vecindad incuestionable; sacan con orgullo sus pendones medievales, ellos y sus vecinos. León y Asturias en este trozo hoy dolorido son uno, como son uno todos los pueblos fronterizos.

Ahora y los días próximos llorarán en común unión estos pueblos la tragedia porque el mazazo los ha asustado. Todos estarán pendientes de los heridos. Las familias de los muertos sentirán el apretón sincero. No es mucho, pero es lo que hay. Que el manto verde y florido que cubre el suelo bajo el sol primaveral, o la lluvia o la niebla, se sientan como leve caricia que mitigue un poco la pena y que el recuerdo permanezca unido a la vida de Jorge, Rubén, Amadeo, Ibán y David.

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