Opinión
JAVIER CUERVO
Huellas dactilares
Los años arrugan el cuerpo y alisan las yemas de los dedos. Perdemos impronta en esa huella dactilar que nos viene del sexto mes de la vida intrauterina, de muy atrás, porque ninguna huella antecede. Seguirá ahí después de la muerte, pero menos visible.
Como el desgaste es paulatino un día te das cuenta de que tienes la yema de los dedos de tu padre o de tu madre, como dedos de segunda mano, aunque te sienten como un guante. El dibujo de las crestas se ve menos y tachado por un código de barras de arrugas.
La huella no se pierde ni cambia, pero se gasta el dibujo por los kilómetros de rodadura de tareas, roces y contactos. Hace 20 años habría citado en un artículo como este el deseo de Woody Allen de reencarnarse en las yemas de los dedos del actor Warren Beaty, amante en serie del Hollywood de su juventud, pero ahora no es una cita de buen tono y ofende a la mitad de la población, según cálculos del gobierno. La huella de Woody se desgasta.
Tenemos una identidad que es nuestra y un Documento Nacional de Identidad que es del Estado y que usamos para la identificación. Lleva la huella rodada de nuestro índice. La dactiloscopia es una huella del pasado, porque ya hay más generalidades del cuerpo que nos hacen únicos. La huella de Franco está en este asunto, porque su régimen puso en marcha el DNI en 1951, primero para los presos y los que estaban en libertad vigilada (término al que la era de las cámaras, los móviles y los satélites ha dado otra acepción). Coincidiendo con su exhumación, la huella de Franco ahora anda por TikTok convenciendo a chavales a los que horrozaría el espectáculo zombi de una jornada en su régimen.
Para consolarme de la huella plana que tanto le cuesta fotografiar al escaner de la policía pienso que ese desdibujo del plano orográfico de la identidad -que recuerdo haber sentido al pasar otra yema por su relieve- tiene que ver con la desinstalación de programas que traía de serie y con el desgaste del que eres, que no refleja al que fuiste en la nitidez, cuando todo era más claro, aunque se entendiera menos.
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