Opinión
¿Homo homini cancro?
Similitudes entre la creatividad de las células tumorales y el poder transformador del ser humano, que amenaza al medio y a nosotros
La supervivencia del más apto, o el más adecuado al medio, propone que hay una especie de encaje virtuoso entre algunas especies (y dentro de ellas, de grupos o de individuos) y lo que ofrece ese medio particular. Pero realmente, todos, creo que todos los seres vivos modifican el medio en su favor. Para aprovecharlo mejor. Nosotros, los humanos, los que más lo hacemos. Es tan evidente que algunos científicos -geólogos, si a ellos les compete establecer esas taxonomías- proponen denominar nuestra era el antropoceno, dando por finalizada la anterior, el holoceno.
El holoceno comenzó hace casi 12.000 años, al final de la glaciación. En esta era se produjo la primera gran trasformación del medio perpetrada, dirían los ecologistas, por los humanos: la agricultura. La Naturaleza, regida por el equilibrio de fuerzas naturales fue violada por el ser humano. Porque nuestra actuación se considera artificial. Entonces todavía la capacidad de la tecnología era muy moderada: arar era costoso, las semillas, seleccionada, aún conservaban su ascendencia genética, apenas había plaguicidas, pesticidas y abonos.
Todo eso cambió con la industrialización y la revolución verde. En poco más de 200 años el ser humano ocupó enormes extensiones, lo cubrió de hormigón y asfalto, contaminó aguas, aires y suelos. La Tierra y su atmósfera es otra cosa. Hemos adaptado el planeta a nuestras necesidades y no estamos seguros de que lo hayamos hecho bien. Algo parecido pasa con el cáncer.
El cáncer es como una rebelión: una célula decide independizarse del tejido donde habita. No le importan sus vecinas, ella, sin miramientos, se reproduce y como no tiene freno, las células hijas se amontonan y forman un tumor. Puede ser benigno, las células son bastante parecidas a sus vecinas solo que algo rebeldes. Pero si además cambia su identidad, se convierte en otra, entonces esa nueva forma de ser compite desalmadamente con sus antiguas congéneres y con todas las del organismo.
En ese medio donde imperaba la cooperación, unas cuantas células se aprovechan de todo y no dan nada. Además, de manera sibilina, cambian el medio, lo hacen más favorable para ellas y más difícil para las otras. Si se quedaran allí, quizá con esfuerzo las otras células se pudieran organizar para encapsularlas, para crear una barrera. Pero no, ellas tienen otro plan: colonizar. Y cómo diablos puede vivir, por ejemplo, una célula del pulmón, en el hígado, un medio tan diferente. Es como si trasplantamos una planta tropical al polo norte. Ella está adaptada al calor, la luz, el agua. Allí, en Groenlandia, cómo va a vivir. Pues para eso están los invernaderos: adaptamos el medio. Eso es lo que hacen las células que se desprenden del tumor y viajan en la sangre o la linfa. Ya allí tienen que sobrevivir en ese tejido líquido plagado de elementos que las vigilan, las acosan, las deforman, maltratan.
En un esfuerzo transformador que asombra, son capaces de reinventar su identidad para sobrevivir. A la vez, empiezan a mandar emisarios al tejido que eligieron colonizar. Son moléculas, muchas veces envueltas en vesículas, que se implantan en el órgano diana, el hígado, por ejemplo, y preparan, como el Bautista, la llegada de su señor. Ellas mismas transicionan hacia unas células que saben aprovechar el nuevo medio para competir con los hepatocitos. Son las metástasis, quizá la forma más importante que tiene el cáncer de acabar con la vida del organismo que lo vio nacer. Un triunfo pírrico porque en él lleva su muerte.
Casi todos los tejidos pueden ser colonizados, el cerebro, los huesos, los ojos (Oliver Sacks murió víctima de un melanoma en el ojo que creo era una metástasis) pero es muy raro que lo hagan en los músculos, un tejido extenso y apetitoso: es la carne; ¿por qué no se asientan allí? Quizá porque es un medio muy tóxico: la contracción muscular usa mucha energía, produce cantidades grandes de metabolitos que hacen la vida muy difícil, excepto para las células musculares. Podrían, las metástasis, como se ha visto que hacen las células cancerígenas mamarias para colonizar el cerebro, un objetivo preferente. Ellas se alimentan de grasa, apenas las hay en el cerebro: las neuronas comen carbohidratos. Pues esas células metastáticas son capaces de fabricar sus propios ácidos grasos. En el músculo no lo han conseguido.
Es muy difícil no maravillarse con la creatividad de las células tumorales. Lo mismo que asombra el poder trasformador del ser humano. Un poder amenazante para el medio y para nosotros.
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