Opinión
El parqué de las cosas
Dentro del subgénero de películas deportivas hay un apartado dedicado al baloncesto porque da bien en pantalla en asuntos de ritmo y suspense. Mucho mejor que el béisbol, el ciclismo o el fútbol, por ejemplo, por más que John Huston intentara en "Evasión o victoria" meter algo de intensidad con penalti en el último segundo que paraba Stallone a cámara lentísima para hacer rabiar a las bestias nazis con su juego sucio. El baloncesto tiene la ventaja de que transcurre en espacios cortos, tiene descansos y es más fotogénico. Muchas películas de baloncesto se repiten en sus desenlaces por aquello de mantener en vilo a los espectadores hasta el último segundo. Más o menos, el guion sigue los mismos pasos (perdón por el chistecito) para animar el cotarro. Estamos en plena batalla sobre el parqué con los chirridos habituales de las suelas y muchos planos que indican el paso de los minutos. Al final siempre faltan escasos segundos para que termine el partido decisivo y el equipo más débil (y simpático, claro) va unos puntos por debajo. Una distancia salvable a poco que se apele a la heroica y se consiga el milagro sobre la bocina. Lo malo es que hay que meter un triple para superar a los rivales, y es difícil porque los guionistas pueden optar por lesionar al mejor jugador (conflictivo a menudo, para reivindicar el valor de la superación personal por la vía deportiva), tirando de algún compañero menos talentoso pero que es todo coraje, o bien mantenerlo sobre la cancha para dejar sentado a cuanto contrincante le salga al paso. Llega el momento de la verdad y no falta la cámara lenta para apurar cada instante de tensión, ni el corte musical que dispare las pulsaciones ni los planos de caras angustiadas en los banquillos y en las gradas. No hay que preocuparse, porque en el 99 por ciento de los casos , ya sea por el lanzamiento de un jugador díscolo pero habilidoso o de un jugador torpe pero tocado por la varita de la fortuna, el balón da en el aro y, tras unos segundos de tensión máxima, entra en la canasta y estallan el júbilo y la felicidad.
Ojalá la vida tuviera finales así.
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