Opinión
¿Persiguen los Jesuitas al Opus Dei?
Han ido encajando desde hace unos pocos años ciertas piezas que parecen apuntar a un grave enfrentamiento entre el Opus Dei y la Compañía de Jesús. Consiste ello en afirmar que, de una parte, el Papa Francisco, jesuita, y el canonista y cardenal Gianfranco Ghirlanda, "eiusdem Societatis" (de la misma Compañía), han emprendido reformas del Derecho Canónico que obligarán al Opus a modificar sus estatutos mediante el reacomodo de sus miembros en una categoría canónica que no será la prelatura personal, que conllevaba hasta ahora en la Obra el marchamo de ser la única en su género y de recibir con ella un trato particular de la Santa Sede.
El asunto tiene demasiada enjundia como para resumirla en un un par de párrafos, pero vamos a quedarnos con la idea, muy extendida, de que los jesuitas Francisco y Ghirlanda se han tomado la venganza por sucesos del pasado con Jesuitas sufrientes a manos de la Obra.
Ahora veremos algo de esos episodios, pero conviene anotar antes que los contrarios al Opus son numerosos y podrían agruparse en cuatro conjuntos.
Primero, el de las personas que abandonaron la Obra, a veces con grandes dificultades, y que cuentan sus amargas experiencias a la par que critican el funcionamiento de la institución. Son el grupo más enérgico y hay que anotar que el Opus ha dado pasos, o quiere darlos, para enmendar errores pasados.
El segundo grupo de adversos sería una cierta izquierda católica, cada vez menos activa.
Tercero, sectores de la Iglesia y de su jerarquía, que se manifiestan contra el privilegio de que el Opus sea una prelatura personal con "excesiva" autonomía, algo así como una iglesia dentro de la Iglesia. Esta posición tuvo más fuerza en el pasado, pero ha revivido con la imposición de la referida reforma estatutaria.
Y cuarto, grupos tradicionalistas con variados matices, pero que consideran que el Opus Dei ha optado por acomodarse al mundo y a sus opciones sociales, económicas y políticas. Por ejemplo, censuran a la Obra por haberse adherido a la Agenda 2030 (aunque luego el Opus ha ido variando posiciones); o les echan en cara que no salgan a pelear a las calles las cuestiones innegociables de la moral católica (aunque interiormente las practican fielmente), o que no practiquen la "lucha cultural". Rechazan también cuestiones de otra índole, como que la Obra no celebre la misa tradicional de Trento, o que no censuren a Francisco por hereje, o que sientan tanto aprecio por los milagros y apariciones…
(Aquí se ha de hacer un inciso, ya que ciertos tradicionalistas son mucho más negacionista de los milagros que el más racional de los creyentes).
Nos hemos extendido en este último grupo porque ya era muy activo hace medio siglo, y aún antes, y no solo en España, sino en Francia o Estados Unidos, ya que existe mucha derecha religiosa muy dura a la derecha del Opus.
Pero, concluyendo con pocas palabras, donde el tradicionalismo ve relajación y tibieza en el Opus, la prelatura simplemente muestra un eficaz utilitarismo.
En todo caso, las posiciones de estos cuatro grupos son obviamente debatibles, incluso a favor del Opus.
¿Y dónde quedan los Jesuitas en todo esto? Ahora mismo, son numerosas las muestras de que los hijos de San Ignacio están a otra cosa desde los años sesenta del siglo pasado. Cierto es que hubo refriegas entre ambas instituciones cuando la Obra se estaba implantando. Podríamos revisarlas en algún momento, pero no definen ninguna rivalidad declarada de poder contra poder. Más bien respondían a la suposición de que una de las partes, la naciente, obtenía más relieve si su contrincante era tan grande como una orden religiosa de 400 años de antigüedad, con 36.000 miembros y extraordinaria relevancia histórica en la Iglesia y en el mundo.
Sin embargo, cuando el Opus se desarrollaba ampliamente en los sesenta, los Jesuitas ya habían comenzado a preocuparse por lo que Francisco llama hoy las periferias. El vuelco que la Compañía dio en un par de décadas, con graves tensiones y hasta muertos, acaeció justo cuando el Opus intentaba emularla constituyéndose en espiritualidad para zonas clásicas, cómodas y no problematizadas del catolicismo.
Además, en aquellos tiempos, los Jesuitas comenzaron a desarrollar una espiritualidad de la libertad (y en parte de la liberación), mientras que el Opus se cimentaba en un espíritu de la voluntad y de la obediencia y docilidad. Las dos posturas tienen sus ventajas, pero también consecuencias que sólo se corrigen con una combinación de ambas.
Con Juan Pablo II, que intervino la Compañía en 1981, la confianza papal se inclinó definitivamente hacia el Opus. Aquellos tiempos fueron tensos, pero el Papa Wojtyla no impuso a los Jesuitas reformar sus estatutos (las Constituciones), ni los documentos en los que se basaba su orientación apostólica. La Compañía sí redactó años más tarde unas Normas Complementarias que fueron aprobadas por el Papa.
Y una última prueba de que, tras Juan Pablo II, el Papa Francisco no es el primero en señalar al Opus Dei consiste en el procedimiento que siguió Benedicto XVI con la Obra en torno a 2011. Aunque fue de otra índole con respecto a lo que ahora ejecuta Bergoglio, existe un enlace al que hará falta dedicarle otro espacio. En cualquier caso, Francisco lanza mensajes en dos niveles: el de la legalidad canónica y el de la evolución interna de la Obra. Ambas deberían estar imbricadas.
[A punto. El pasado 8 de abril, Fernando Ocáriz dirigió un mensaje a la Obra. Es relevante que, con rara intención y deje de suficiencia (como la Compañía en tiempos remotos, aunque no frente a un Papa), los gobernantes del Opus dedican la última línea del último párrafo para referirse a los nuevos estatutos como si fueran la menor de sus preocupaciones].
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