Opinión
Algo tiene que cambiar en la política tras la mina de Cerredo
Someterse sin cinismo a los organismos de control, revisar resoluciones fallidas o irse sin dramatismo tendrían que volver a formar parte de la normalidad institucional

La consejera Belarmina Díaz recibe el abrazo de Adrián Barbón, presidente del Priuncipado, inmediatamente después de anunciar su dimisión en el pleno de la Junta, el parlamento asturiano / Luisma Murias
Dos semanas después de la explosión de la mina de Cerredo, el gobierno del Principado afronta la primera consecuencia del siniestro. La dimisión de la consejera Belarmina Díaz, por inusual, la dignifica personal y políticamente. Pero más cosas tienen que cambiar en la Administración y la actividad pública de la región. Así la pérdida de cinco vidas no habrá sido en balde.
Muchas perturbaciones emocionales derivan de la tendencia a creer que los acontecimientos particulares dependen de factores ajenos, sostienen los psicólogos. Pelearse con el mundo porque nos maltrata cronifica el malestar. Reinterpretar los pensamientos para elegir cómo responder a lo que ocurre sin que desaparezca la dificultad, contribuye a mejorar. A eso, en términos clínicos, se lo llama responsabilidad. Lo contrario sería el victimismo: atribuir todos los males a un verdugo y aplazar indefinidamente las propuestas de cambio.
Idéntico mecanismo reproducen hoy la mayoría de los políticos, alérgicos a reconocer las equivocaciones propias y propensos a presentarse como víctimas de perversas campañas del rival. Asumir la responsabilidad política no significa exponerse a un tribunal o a una sentencia, ni siquiera declararse culpable. Es solo rendir cuentas por el efecto concreto sobre los ciudadanos de sus actuaciones o la de los subordinados. Fiscalización elemental.
Por eso lejos de considerar la marcha de Belarmina Díaz como muestra de debilidad, hay que entenderla como un acto de coherencia. Aunque todavía no exista fallo judicial, ni haya concluido la investigación, no podía hacer otra cosa con todo lo que se sabe del siniestro. LA NUEVA ESPAÑA lo fue revelando en exclusiva. Aquí no se dirimen posibles colisiones de intereses o relaciones inconvenientes. Ella era directora de Minería cuando reabrió un yacimiento amparado en permisos dudosos y explotado en condiciones laborales infrahumanas. Nada detectaron las inspecciones. Denuncias vecinales se extraviaron, el escándalo era vox populi. El precedente de otro accidente mortal y las advertencias desde dentro del sector sobre la insolvencia de quien allí actuaba, y la naturaleza irregular de sus movimientos, se desoyeron.
Reconocer errores o pedir perdón no basta; falta auditar a fondo desde la Administración el sistema
Pero reconocer errores o pedir perdón no basta. Falta auditar a fondo desde la Administración el sistema: cómo se conceden los permisos, cómo se gestionan, por qué falló la vigilancia, cómo evitar otra desgracia, por qué el Gobierno central miró para otra parte, por qué sigue operando el clientelismo, quién y para qué idea trampantojos para simular coberturas legales. Dar satisfacción moral a la memoria de Jorge Carro, Rubén Souto, Amadeo Bernabé, David Álvarez e Iban Radío y al dolor de sus familias demanda muchas respuestas. Para que el desgarro nunca se repita.
Belarmina Díaz no tendrá sustituto. El departamento que encabezaba se diluye, trocea y adosa a los dos consejeros de máxima confianza del Presidente. Es la tercera reestructuración. Las anteriores encajaron disfunciones en Cultura y Derechos Sociales. Esta reunifica atribuciones económicas. El entrenador puede y debe cambiar la alineación que no funciona, colapsa o se vuelve mejorable. En este caso tanta alteración demuestra que en el diseño del Ejecutivo asturiano hace dos años primaron los esquemas personales antes que la lógica orga tnizativa o las necesidades regionales. Pero de eso ya habrá tiempo de hablar más adelante.
La gran perversión de la política es que ha dejado de entenderse como entrega temporal y altruista a la comunidad para convertirse en una dedicación profesional como cualquier otra. A la crítica se responde con el blindaje, el liderazgo se confunde con resistencia y permanecer acaba siendo más importante que servir. Someterse sin cinismo a los organismos de control, revisar resoluciones fallidas o irse sin dramatismo tendrían que volver a formar parte de la normalidad institucional. Solo así desafección y desconfianza desaparecerán. Ese es el contrato de la democracia.
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