Opinión
Una conspiración en mantillas
La prenda, evolución española del velo femenino, regresa a las calles cada Semana Santa
Cada Semana Santa salen a pasear las mantillas, distintivo de españolidad en el sentido más castizo del término. Si tuviera ideología, la de la mantilla española sería conservadora, de misa dominical y de palco en los toros.
La mantilla no es más que una versión elegante del velo: cubre la cabeza y el cabello, cae sobre los hombros y envuelve las formas femeninas. Dependiendo de quién la luzca y de la intención que ponga en ello, puede verse más insinuante que recatada.
La prenda está ligada a todo tipo de pasiones, espirituales y terrenales. La mantilla es firmemente monárquica y, más aún, es borbónica. Isabel II la puso de moda durante su reinado. Federico de Madrazo la retrató a los 25 años, en 1855, con vestido y mantilla, negros los dos. La usaba ella y, por supuesto, sus damas, y las señoras de la alta sociedad las imitaban.
Cuando Isabel II fue derrocada por la Revolución Gloriosa, las aristócratas afines a su causa hicieron de la mantilla su bandera. El Gobierno provisional quería modernizar España, consideró que la mantilla no se avenía bien con los nuevos ideales y prohibió su uso en el Teatro Real. A más prohibición más contestación. Las leales a la Casa de Borbón sacaron sus mantillas, se calzaron sus peinetas y, desoyendo el veto gubernamental, ocuparon sus butacas en el Real.
Tres años después, en 1871, volvieron a exhibir españolidad y fidelidad a los borbones sacando a pasear sus mantillas. Las Cortes Generales habían elegido a un rey italiano como sucesor de la reina borbona. Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria llegaron a Madrid con mejores intenciones que las que encontraron en sus nuevos súbditos. Las señoronas de las élites conservadoras se organizaron para dejar en evidencia a la nueva reina y, aunque habían caído en desuso en favor de sombreros y tocados, recuperaron sus mantillas y salieron al paseo del Prado. La única sin mantilla era la recién llegada.
En aquel desplante se pusieron de acuerdo las partidarias de Isabel II y su hijo Alfonso –que acabó regresando como Alfonso XII– y a las de Carlos María de Borbón. No llegó mucho más allá, tampoco el reinado de Amadeo I, el primer rey elegido por las Cortes Generales en la historia de España, un tipo sencillo, de ideas progresistas y con inquietudes sociales, que un par de años después ya estaba de vuelta en Italia.
Cuentan que los políticos liberales, enterados del desaire que las damas de alta alcurnia habían hecho a la reina, que inocente y deseando complacer llegó a preguntar si sería conveniente que ella también acudiera al paseo con mantilla, contrataron a varias prostitutas y las pusieron a pasear por el Prado, todas con mantilla, por hacer escarnio de las crueles conspiradoras.
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