Opinión
Adriana Lastra
El odio: víctimas de la violencia política por ser mujeres y de izquierdas

Adriana Lastra. / LNE
La ministra Pilar Alegría lo ha denunciado estos días con contundencia: la violencia política existe. Y cuando eres mujer y de izquierdas, la violencia no solo se vuelve más feroz, sino también más cruel y personal.
Yo lo sé bien.
En Ribadesella, el municipio que me vio nacer, donde viven mis amigos y mi familia, he sufrido esa violencia política organizada. Porque cuando la extrema derecha señala y ataca a quienes defendemos ideas progresistas, sobre nosotras descargan, además, todo su machismo y su misoginia. No basta con atacarnos como responsables públicas: buscan humillarnos como mujeres. Buscan despojarnos de toda dignidad personal. Pretenden sembrar el miedo, el silencio, la culpa.
Con el tiempo he comprobado que no he sido la única. Han sido muchos más los riosellanos y riosellanas que han sufrido esta violencia política en los últimos tiempos: concejales, ex alcaldes, responsables de asociaciones culturales. Cualquiera que alce la voz en defensa de valores progresistas se convierte en objetivo de esta estrategia de odio.
Y es que esta violencia no es un accidente. Es una estrategia.
El odio no es para ellos un exceso: es una herramienta política. Una herramienta de movilización de su electorado más radicalizado. Por eso no condenan la violencia de forma clara. Por eso la justifican, la minimizan o la niegan. Porque entienden que ese clima de odio les beneficia, debilita a quienes defendemos valores progresistas y refuerza su posición.
Y no están solos.
Ese odio tiene también sus altavoces en algunos medios de comunicación, donde determinados colaboradores habituales, disfrazados de opinadores, se han convertido en piezas claves de la estrategia de acoso y demolición. Difunden bulos, amplifican calumnias, promueven campañas de descrédito que legitiman el ataque y el aislamiento de quienes no pensamos como ellos.
Frente a esta violencia política, el Partido Popular ha optado por la complicidad.
En Asturias, su presidente, Álvaro Queipo, y en Ribadesella, su alcalde, Paulo Silva, se negaron a condenar durante días los ataques que sufrimos.
El pasado 4 de febrero puse en conocimiento del alcalde lo que estaba sucediendo y le pedí que actuara para frenar la violencia política; toda su respuesta fue una sonrisa vergonzosa y un encogerse de hombros más vergonzoso si cabe. Esa tibieza no es neutralidad: es colaboración activa. Solo cuando la presión política y social les obligó, emitieron una condena, tarde, mal y siempre acompañada de un "pero" que relativizaba lo inaceptable. Amparan esos ataques porque entienden que les benefician. Nos tratan no como adversarias políticas, sino como enemigas a abatir. Da miedo esta derecha que no respeta las reglas democráticas y que alienta la persecución ideológica.
Hannah Arendt advertía que cada vez que somos testigos de una injusticia y no actuamos, entrenamos nuestro carácter para ser pasivos frente a la injusticia.
Quienes callan, quienes condenan a regañadientes, quienes relativizan o justifican la violencia política están entrenando su carácter en la complicidad. Están eligiendo ser parte del problema.
Pero que nadie lo dude: no vamos a retroceder.
Cada ataque, cada insulto, cada intento de escarnio nos hace más fuertes y más determinadas.
Como me enseñó mi padre, Lorenzo el taxista, a quien tanto añoro, "quien obra bien destierra miedos".
No les tengo miedo. No nos van a parar.
No nos vais a callar. No nos vais a doblegar. Seguiremos luchando por una democracia feminista, libre, donde nadie tenga que pedir perdón por pensar, por actuar o por ser.
Quiero agradecer todas las muestras de solidaridad recibidas, recordar el sufrimiento que también han vivido mi familia y las personas que me quieren, y trasladar mi reconocimiento a la Guardia Civil, que está dirigiendo la investigación con profesionalidad y rigor.
Por nosotras. Por todas. Por la democracia.
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