Opinión

Efecto dominó

En las últimas semanas se vienen multiplicando las voces de alarma sobre el efecto de los recortes drásticos y súbitos de la ayuda internacional.

Países con una larga historia de inversión en cooperación al desarrollo han decidido sepultar esas políticas bajo criterios economicistas que, llevados a sus extremos, se pueden medir en vidas perdidas e inestabilidad ganada. Empiezo por las vidas.

Efecto 1: Poner en riesgo la vida de quienes han sufrido ataques horribles y potenciar la transmisión del VIH.

En la República Democrática del Congo, una niña o niño fueron violados cada media hora en los dos primeros meses de este año. O lo que es lo mismo: entre el 35 y el 45 % de los casi 10.000 casos de violencia sexual reportados son niños –niñas en su inmensa mayoría, e incluyendo bebés.

Los informes de agentes de protección infantil en el país muestran que no se trata de incidentes aislados; es un arma de guerra, una táctica deliberada de terror. Y, por si el horror de una violación no fuera suficiente, los recortes han dejado a estas niñas y mujeres sin atención médica esencial.

Debido a la paralización de programas que venían proporcionando medicamentos a países sin recursos, en uno de los hospitales visitados por UNICEF en estos días, 127 niñas y mujeres no pudieron recibir el tratamiento preventivo de emergencia contra el VIH que se suele suministrar en casos de violación.

Efecto 2: Retroceso sin precedentes en supervivencia materno infantil.

En el Día Mundial de la Salud celebrado el 7 de abril, un informe de las Naciones Unidas destacaba que hoy en día, las mujeres tienen más probabilidades que nunca de sobrevivir al embarazo y al parto, con una disminución global del 40% en las muertes maternas entre 2000 y 2023.

Sin embargo, el ritmo de mejora ya viene bajando desde 2016 y los nuevos recortes amenazan con un retroceso sin precedentes. Otro tanto se espera en cuanto a supervivencia infantil: desde el año 2000 el número de niños que mueren por causas prevenibles antes de cumplir cinco años se redujo a la mitad gracias a inversiones sostenidas a nivel mundial; ahora, este enorme progreso de la humanidad está en riesgo.

La reducción de la financiación mundial está causando escasez de personal sanitario, cierre de clínicas, interrupciones en los programas de vacunación y falta de suministros esenciales, como tratamientos contra la malaria.

Efecto 3: Las peores formas de desnutrición campando a sus anchas.

La desnutrición es una de las causas de mortalidad infantil que se ha venido conteniendo en alguna medida gracias a sistemas de prevención y la provisión de tratamiento que cada año salva millones de vidas –solo en 2024, más de nueve millones de niños recibieron tratamiento para las formas más graves de desnutrición a través de UNICEF.

Hoy en día, este alcance no se puede garantizar debido a los recortes brutales.

Un ejemplo: en las regiones de Afar en el norte de Etiopía y Maiduguri en el noreste de Nigeria, cerca de 1.3 millones de niños con desnutrición aguda grave podrían perder el acceso al tratamiento a lo largo del año, dejándolos en un riesgo elevado de muerte.

Efecto 4: Ya lo decía John F. Kennedy.

Esta crisis financiera de la ayuda internacional va más allá de un desastre que costará vidas –por si fuera poco. La cooperación al desarrollo y la acción humanitaria son, desde luego, cuestiones de ética y de responsabilidades compartidas sobre lo mal repartido que está el mundo, pero también responden a objetivos estratégicos de gobiernos y parlamentos que entendieron que estas políticas traen beneficios para sus propios países. Por ejemplo, previniendo epidemias que pueden traspasar fronteras, cerrando brechas de seguridad, o posicionando a los países emisores de ayuda en mercados de su interés geopolítico o económico. Bien lo sabía John F. Kennedy cuando en 1961 creó USAID, la agencia de cooperación de los EEUU, por "obligación moral" y su "importancia estratégica".

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