Opinión | El trasluz
El borde de la realidad
A mí me gusta el borde de la vigilia: ese punto donde la razón se afloja y comienza el delirio

Efectivos de emergencias participan en las labores de rescate tras el accidente de un helicóptero en el que murieron cinco españoles. / EFE
Vivimos al borde de la muerte y morimos al borde de la vida. Todo, a lo largo de la existencia, va de bordes. Estoy pensando en esa familia que murió en Nueva York cuando el helicóptero desde el que observaban, supongo que maravillados, Manhattan, se precipitó en las aguas del Hudson. Se ha publicado una foto de los padres y los hijos tomada unos minutos antes de meterse en el autogiro. Se les ve felices frente a la aventura que están a punto de emprender. Ignoran que se encuentran al borde de la muerte, o al borde mismo de la vida, que viene a ser lo mismo.
El borde es el lugar donde algo termina y, al mismo tiempo, donde algo comienza. Evoca una idea que va más allá del simple límite. Es un espacio activo, de fricción, a veces de transformación. Se trata de una línea que separa en la misma medida en la que conecta. Con frecuencia alude también a situaciones de inestabilidad, como cuando se dice de alguien que se encuentra “al borde de la locura” o “al borde de hacer un disparate”. A mí me gusta el borde de la vigilia: ese punto donde la razón se afloja y comienza el delirio. Suele ser muy fugaz, pero se puede prolongar a base de entrenamiento. No es raro que en ese borde surjan las mejores ideas para un cuento o para una receta de cocina.
Otro borde interesante: el del lenguaje. Lo observamos en los niños que pronuncian sus primeras frases ateniéndose a su sentido literal porque no dominan aún el orden simbólico. Recuerdo haber oído, de pequeño, que un primo de mi padre tenía “una lengua muy afilada”. Me obsesionaba aquella lengua dentro su boca. Imaginaba al hombre escupiendo sangre todo el rato, pues cómo no hacerse cortes en la parte interior de los labios y de las mejillas con aquella especie de cuchillo.
El borde, como el infierno, no es un lugar físico, sino un estado mental. Es un limen, un filo, una grieta que nos asoma al abismo. Observen a ese ciego que está a punto de abandonar el borde de la acera para adentrarse en el interior de la calzada por el lugar equivocado. Imagínenlo. ¿No advierten en esa peripecia narrativa algo que va más allá de la realidad física? ¿Dónde hallar el borde (o los bordes) de la realidad?
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