Opinión

Llueve en Roma, en mi alma, en el cerebro...

En el adiós al Papa Francisco

Se ha ido en un momento precioso, cargado de simbolismo. Es como si el Resucitado le diera la mano para ayudarlo en el tránsito.

Papa Francisco se ha ido. Su partida ha llenado los corazones de muchos de una profunda tristeza, pero él nos quería alegres. Papa Francisco ya está con el Señor.

No ha podido disfrutar del contacto de los miles de peregrinos que, en este año jubilar de la Esperanza, acudirán a Roma. Pero se fue bendiciéndonos.

Se ha ido dándonos ejemplo de amor por los demás. Lo mismo que ha hecho durante toda su vida. Como él decía, "la humildad y el amor son una fuerza inaudita; la mayor que hay, no existe otra que la iguale".

Con esa fuerza que llenaba su espíritu, apoyado en Dios, consiguió la energía para hacerse visible durante todos estos días.

Sus últimos actos en esta vida terrena son un ejemplo que no debemos olvidar.

"Anhelo una iglesia cada vez más madre y pastora, en la que los ministros sepan ser misericordiosos y ocuparse de la gente, acompañándola como el buen samaritano".

Así lo hizo el Jueves Santo visitando a los reclusos de la cárcel romana de Regina Coeli. O el Domingo de Ramos saludando a todos en la Plaza de San Pedro y repartiendo golosinas a los niños congregados en la plaza.

Sí, papa Francisco supo darnos ejemplo con su comportamiento hasta los últimos momentos. El pasado domingo mantuvo una breve reunión en su residencia de Santa Marta con J. D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos, después de las críticas hechas, a través de los obispos americanos, al gobierno Trump por las deportaciones de inmigrantes.

Papa Francisco se ha ido abrazándonos a todos: "¡No más estruendos de armas!", pidió el Domingo de Resurrección en el mensaje "Urbi et Orbi".

He tenido el privilegio y la suerte de ver a papa Francisco y de hacerle algunas fotografías. La última –nunca olvidaré aquel momento– fue en Santa María la Mayor, la basílica en la que será enterrado, según sus propios deseos.

Hemos iniciado una Semana de Pascua triste. La pérdida de papa Francisco duele pero, como él decía, "los cristianos hemos de saber que la esperanza no engaña ni desilusiona: todo nace para florecer en una eterna primavera".

La Iglesia se ha quedado huérfana. Se nos ha ido un padre. Un padre cercano, muy humano, que tendía la mano a todos, que abrió su corazón para acogernos: "No hay mejor manera de explicarle a alguien qué es la felicidad, que hacerlo feliz". Así lo ha demostrado cada vez que acudía a las periferias para consolar a los más necesitados.

Papa Francisco siempre ha estado al lado de los más vulnerables y marginados. Su primer viaje a la isla de Lampedusa reflejó muy claramente las preocupaciones sociales del pontífice. Aunque ya la elección del nombre, Francisco, entrañaba un claro mensaje. Ningún papa hasta ese momento había decidido llamarse así. Pero el cardenal Jorge Mario Bergoglio quiso llamarse como el santo de Asís, que dedicó su vida a los pobres.

Papa Francisco ha sido el primer papa jesuita. El primer papa americano. El primer papa que se atrevió a decir que "uno de los grandes pecados que hemos cometido es el de masculinizar la Iglesia" o que la presencia de mujeres laicas y religiosas debería ser una realidad en la formación de los sacerdotes.

Querido papa Francisco, al intentar derribar muros que entorpecen, al hacernos ver que algunos comportamientos deben cambiar, has abierto la puerta a la esperanza dentro de la Iglesia. Sí, has encarnado la esperanza para muchos. Te queremos y jamás te olvidaremos. Y por favor, papa Francisco, sigue rezando por nosotros. n

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents