Opinión

La última sorpresa de Francisco

Francisco nos sorprendió ya desde su elección. No figuraba entre los papables en aquel cónclave de marzo de 2013, por su edad, origen latinoamericano, ni siquiera por su trayectoria poco conocida en Europa. Ahora nos ha sorprendido con la forma del suceso de su muerte, aunque no nos ha extrañado. Su última enfermedad dejó su organismo muy deteriorado. Sus últimas apariciones públicas, con el rostro desfigurado y con solo hálito de voz distorsionada, nos hacían recordar el final de un San Juan Pablo II que daba compasión y lástima. Situación discutible para quien ostenta una misión que requiere tanta publicidad y que exige más privacidad. Siempre estuve convencido de que no dimitiría, como buen jesuita que fue en el sentido más ignaciano. Estudié con ellos quince años, y una de las convicciones que practican y nos enseñaban es que estamos en este mundo para cumplir la "voluntad de Dios" y que lo mejor es que la muerte nos llegue haciendo con normalidad lo que tenemos que hacer: "Sicut vita finis ita".

Sí nos ha sorprendido, porque nos daban a entender que lo más grave de su enfermedad estaba superado. Sus colaboradores anunciaban que se esperaban grandes sorpresas, dado que sus facultades no habían sufrido merma. Todo su pontificado ha estado lleno de sorpresas. Fue elegido para el cambio que necesita la Iglesia. Lo acometió con determinación. Desde su misma forma de presentarse hasta su modo de vivir en la residencia de Santa Marta han sido sorprendentes. No digamos sus viajes ¡siempre a las periferias! (Canarias quedó esperando), la promoción de la mujer (quedaron a las puertas de ser cardenales), la acogida de los excluidos, gays y prostitutas, la preocupación por los pobres con gestos siempre cercanos hasta comer con ellos, su forma de viajar en utilitario y vestir, su misma forma de acometer los cambios instituyendo el grupo de colaboradores, también mujeres, llamado G-8, para el gobierno de la Iglesia.

Sería largo indicar el elenco de reformas emprendidas. Me quedaría, como las más importantes, el modo de ejercer la misión de papa, la promoción de la mujer en la Iglesia y la reforma de los sínodos con la llamada a ser una iglesia sinodal, "de salida, hospital". Que fue una papa que marcó un giro en la Iglesia y posiblemente en la historia de la Humanidad no hay duda. Cuesta reconocerlo, fue más querido y valorado fuera que en la Iglesia. Basta con ver los muchos libros que se han escrito sobre él. El último, "El loco de Dios", por un loco sin Dios, como se llama a sí mismo Javier Cercas. Le pega a Francisco. Dejó dudando al ateo.

Comenzó, sorprendentemente, pidiendo la bendición del pueblo en su presentación y se despidió bendiciendo él "urbi et orbi" a "todos, todos, todos". Y con la convicción y cuidado de que las semillas del cambio -él habló de procesos- no se secarán sino que florecerán en una iglesia pascual. La que deja.

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