Opinión
Nunca el proteccionismo trajo algo bueno para Asturias
Con aranceles o sin ellos, es hora de ordenar la propia casa económica: abrirse, levantar barreras y romper prejuicios constituye el primer paso para recuperar los días de bonanza

Donald Trump, explicando en un panel los aranceles que EE UU impodrá a los distintos países / Kent Nishimura
Las reglas de juego cambiaron. Los costes del Estado del bienestar y la descarbonización agravan las dolencias de las viejas economías industriales. La globalización desplazó actividades y empleos y ahora deja las primeras heridas. La oleada de aranceles no recompondrá el equilibrio, por más que el populismo simplista intente capitalizar el malestar resucitando el proteccionismo.
El Fondo Monetario Internacional acaba de hacer públicas sus previsiones. La española será la única economía del mundo desarrollado que crezca. El fuerte tirón de los servicios, la debilidad de las exportaciones y el sostén inversor de los fondos europeos obran el milagro. La proyección, no obstante, resulta engañosa: no significa que el país vaya a eludir los efectos perniciosos de la guerra arancelaria. Los males estructurales de siempre –el coste de la energía, la dependencia del turismo, la escasa productividad, la inflación y el precio de la vivienda– suponen un pesado lastre. En España, y en Asturias, las épocas de crecimiento fuerte siempre coincidieron con etapas de liberalización.
El Principado anunciaba el lunes una partida de 30 millones para amortiguar los efectos de las agresivas políticas de Trump. La mayor parte irá destinada a buscar mercados diferentes, con la vista puesta en el Sudeste asiático y el Mercosur, Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay en especial. EE UU no es, ni mucho menos, el destino principal de los productos asturianos. En 2024 las empresas de la región vendieron allí mercancías por 234 millones. Solo un 4% del total de lo exportado, si bien procedente de sectores importantes como el de manufacturas de fundición de hierro y el químico. Un estudio de un observatorio de la Universidad de Oviedo sostiene que unos 7.500 empleos y el 2% del PIB dependen de esa relación transatlántica.
No hay ganador de este tipo de batallas. Disparar aranceles de forma indiscriminada como escudo frente a supuestas crisis importadas daña incluso a la nación que los impone. Lo estamos viendo. La historia tiene ciclos, pero también advertencias claras: las estrategias de repliegue solo generan distorsiones, incertidumbre, vulnerabilidad. Cerrarse desincentiva la competitividad, aumenta el coste de la vida y dificulta la inversión, encareciendo bienes y préstamos. Pero además empobrece al conjunto de los ciudadanos. Más riesgos y menos oportunidades.
Lo que realmente mueve hoy el crecimiento no son los patrones de repliegue sino el conocimiento, la tecnología y los servicios avanzados en un contexto en el que las empresas puedan competir en igualdad de condiciones. La narrativa basada en proteger lo propio, recuperar soberanía y reconquistar empleos fabriles resulta efectista a corto plazo, porque apela a los sentimientos, pero poco realista levantando la mirada. Los estragos tardan en notarse, pero permanecen largo tiempo, un terreno abonado para décadas de estancamiento y un parche político de coste elevado.
Ni la modernidad ni la auténtica prosperidad llegaron a Asturias con las políticas autárquicas, sino un ficticio bienestar y la perpetuación de un modelo público rígido y obsoleto
Este tipo de políticas autárquicas predominaron en la Asturias del pasado. Visto con perspectiva, nunca trajeron algo bueno. Ni la modernidad ni la auténtica prosperidad, sino un ficticio bienestar y la perpetuación de un modelo público rígido y obsoleto. Dopado. Cuantas más murallas se levantaban para defender a las empresas, más se hundían los cimientos. El peaje de aquel espejismo fue el trauma de la reconversión y sacrificios para los asturianos.
Con aranceles o sin ellos, es hora de poner en orden la propia casa económica. Inversiones millonarias como las del plan de seguridad anunciado estos días, por las que Asturias puede pelear gracias a su mano de obra cualificada y a su arraigada cultura laboral, tienen que convertirse en un acicate. Comerciar es también una forma de entenderse y dialogar. Abrirse, levantar barreras, romper atávicos prejuicios y trabas mentales como la cerrazón en materia fiscal, constituye el primer paso para crear riqueza, repartirla y recuperar los días de bonanza.
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