Opinión

Mujeres de iglesia, Iglesia de mujeres

El imparable papel de la mujer en la organización vaticana

Días antes de morir, Jorge Bergoglio, fatigado al hablar, se dirigió al personal de la clínica romana donde estuvo ingresado, y que tiene por rectora a una mujer: “Donde mandan ellas”, dijo el Pontífice, “todo funciona mejor”. He visto a muchas mujeres trabajar sin descanso, en instituciones vinculadas a la Iglesia, en favor de los más desfavorecidos, de los desheredados, de los parias, en pueblos y en ciudades. Mujeres comunes y sencillas, humildes, algunas con una instrucción básica, amas de casa y madres abnegadas repartiendo alimentos en dependencias parroquiales bajo el paraguas de Cáritas, dichosas y entregadas a la causa de los pobres.

Alrededor de Cristo había doce hombres, doce elegidos para participar en la comunión del pan y el vino en la última cena. A ese detalle inicial se aferraron durante siglos los teólogos para justificar la reticencia a un mayor papel de la mujer en las instituciones eclesiales. Cuando hubo que dar sepultura a Jesús, sin embargo, solo había mujeres y a ellas se encomendó la transmisión del mensaje de la resurrección. Cuando se trata de comer, siempre hay hombres; cuando lo necesario es enjugar una pena, entonces la preeminencia es femenina. 

¿Acaso la Iglesia no es mujer? El Papa Francisco abrió el camino de una mayor presencia de mujeres en los órganos vaticanos. Ellas resuelven problemas al modo que lo hacen todas las madres: con sentido común, con el amor por bandera. A su sucesor corresponderá sembrar el camino desbrozado. Lo contrario sería abrir una brecha, un cisma.

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