Opinión
Todo me recordó a antes
Los libros, salvadores ante un apagón
A ver, a mí, los libros, la lectura, me han salvado la vida. Y ayer, cuando el apagón, volvió a pasarme. Iba para el garaje, al cual accedo en ascensor. Eran las doce y media. Pero en ese momento cambié de rumbo y tiré para la librería habitual, allí al lado. Estaba llegando cuando se marchó la luz; la cuenta para estar en el ascensor. Llegó otro cliente: "Hasta Uría tá todo sin luz". Marché. Delante de la iglesia de Las Salesas, una señora mayor, de pelo cardado y zapatos bajos, con un carrito, comentó ufana: "Al parecer es en toda España".
Los pasillos del centro comercial estaban llenos de gente. Delante de mí, un paisano ya mayor, vestido "curiosín", con una de esas gorras tipo campera y con un perro de lanas, iba hablado solo, muy enfadado: "¡Qué vergüenza de país, a dónde vamos a llegar ya, yendo como va todo con esta ruina de gobierno de comunistas...!". Frente al acceso a mi garaje, al otro lado de la calle, hay un gimnasio. En la acera una muchedumbre, con sus pantaloninos y camisetas de lycra, marcando paquete ellos y ellas, debatían animados al sol. Salí con el coche, los semáforos no funcionaban y nunca atravesé General Elorza más rápido; todo iba como la seda, en los cruces el tráfico era muy respetuoso y fluido y casi era hora punta. Asunto para darle vueltas.
Llegué a casa; los pájaros seguían funcionando, el sol también, los árboles, todo. Mi hija mandó un "what" diciendo que a Gabi -su compañero- lo había pillado el apagón en la calle, paseando a su abuela en la silla de ruedas -90 años, operada hace nada de rotura de cadera, y vive en un sexto, menudo plan-. En Limanes, un día normal. Sobre la vitro, un cartón, y encima la vieja cocinilla de butano de los lejanos años del camping. Cogí mi transistor a pilas, me senté afuera, en uno de los sillones de mimbre, bajo la gran sombrilla con una cerveza -del tiempo, no quise abrir la nevera-. Eché de menos una comunicación del Gobierno en los primeros momentos, para dar alguna explicación mínima. Tras comer, me di cuenta de que, sin ordenador, no tenía nada que hacer. Y me puse a leer y a escuchar las noticias a las horas en punto, para no gastar en exceso las pilas -tengo un montón, pero a lo mejor la luz ya no volvía en años-.
Desempolvé las palmatorias y las velas. Sobre las seis, mandé un "what" a mi hija preguntándole sonriente por qué piso iban el Gabi y la abuela, el humor siempre. Me dijo que estaban acercándose a Limanes. "A que me traen a la abuela para dejarla aquí aparcada", pensé. Pero no, la paisanina ya estaba en su casa, según contaron al llegar; los vecinos se pegaron porque todos querían ayudar a subirla en la silla por las escaleras, lo pasaron bomba, la abuela también, con su pamela. Mi hija y su colega venían a por un camping-gas, que tenemos varios. El Gabi mandó un "what" a su hermano, que es militar y está en Madrid. "Macho, vete calentando en la banda, que de esta te toca la guerra ya, trabaya algo". Antes había hablado el Presidente. Seis horas más tarde de cuando debía hacerlo.
Resumen: ni idea del motivo del apagón. Estuvimos de charla hasta las siete, cuando llegó la luz. En ese momento empezó el incendio. Una de las hornallas de la vitro había quedado encendida, y al volver la luz prendió el cartón que se había puesto encima. Para celebrar que no había quemado la casa cené unos huevos con tocino y abrí una botella de somontano. Constaté lo que ya sabía: una tarde maravillosa, toda para mí, todo tranquilo, todo bien. Los padres en el parque, con los críos pegándole a la bici, felices. Y lo de siempre: la grandeza de las cosas normales: los pájaros, la sombrilla, y el transistor, mis adorados transistores. La vida como era. Desayuné oyendo al Alsina, que descubrió la pólvora. Dijo: "Bendita sea la vida corriente", a lo que yo respondí por lo bajo: "¿Daste cuenta ahora, amiguin? n
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