Opinión | Editorial
Un apagón para alumbrar un sistema energético más fiable
La actitud admirable de la ciudadanía durante la crisis contrasta con el desconcierto institucional: seis días después sigue sin haber una explicación clara, documentada y creíble

Un apagón para alumbrar un sistema energético más fiable.
El apagón eléctrico que afectó esta semana a España y Portugal ha dejado al descubierto una fragilidad inquietante en las estructuras que sostienen nuestra vida cotidiana. Durante varias horas, el suministro se interrumpió de forma generalizada, paralizando industrias, servicios y hogares. El súbito corte del servicio encendió una alarma que no es de recibo silenciar con explicaciones vagas o parciales.
En pleno mediodía del lunes, miles de hogares, negocios y servicios se vieron afectados sin previo aviso, recordándonos de forma abrupta hasta qué punto la estabilidad energética es hoy una cuestión crítica. Más allá de la incidencia concreta, que por cierto ya había sido advertido por expertos que podría ocurrir, urge esclarecer con rigor técnico y transparencia institucional qué ocurrió exactamente.
En Asturias, como en el conjunto del país, volvió a manifestarse el espíritu cívico de una población que, acostumbrada a sobreponerse a las dificultades, respondió con calma, responsabilidad y serenidad. No fueron pocos los que recordaron, con razón, la actitud ejemplar que caracterizó a la ciudadanía asturiana durante los momentos más duros de la pandemia.
Esa actitud admirable contrasta con el desconcierto institucional. Sorprende –y alarma– que seis días después de un incidente de semejante magnitud, ni el Gobierno ni Red Eléctrica de España hayan ofrecido aún una explicación clara, documentada y creíble de lo sucedido. Se han insinuado causas técnicas, ciberataques y problemas de interconexión, pero ninguna hipótesis ha sido confirmada con el rigor que exige un país que forma parte del núcleo duro de la Unión Europea. Que la cuarta economía del club comunitario no sepa –o no quiera decir– qué falló resulta inaceptable. Es un golpe a la credibilidad nacional, y un síntoma de preocupante dejadez que debería hacer reflexionar a quienes gobiernan la nación.
Más que enredarse en las habituales trifulcas ideológicas o en el oportunismo de la bronca política, lo urgente es asumir responsabilidades y tomar medidas que garanticen que un fallo semejante no vuelva a repetirse. Ya hubo alertas previas, advertencias desoídas por quienes tenían en su mano la capacidad de prever, planificar y corregir. Empresas de todo el país –y especialmente las grandes industrias asturianas, como las electrointensivas del eje Avilés-Gijón– han sufrido pérdidas millonarias en pocas horas a causa de la súbita parada del servicio eléctrico. Estas compañías, ya castigadas por los altos costes energéticos, han vuelto a ver comprometida su competitividad en un contexto de máxima exigencia internacional.
La transición energética es un objetivo irrenunciable, pero este apagón obliga a una revisión profunda del modelo. España no puede permitirse debilitar en exceso el papel de las fuentes tradicionales –como la hidráulica, el gas o incluso la nuclear– sin contar con alternativas de respaldo sólidas. El futuro será renovable o no será, pero tiene que ser también estable, fiable y sostenido. Y para ello, se requieren infraestructuras de almacenamiento energético que aún encuentran resistencia en muchos concejos asturianos, como los parques de baterías.
Asturias fue durante décadas una región excedentaria en producción eléctrica gracias a su red de centrales térmicas. Esa capacidad se ha reducido de forma drástica con el cierre progresivo de estas instalaciones dentro del marco de la transición ecológica. Sin embargo, este proceso exige compensaciones en forma de nuevas infraestructuras, capacidad de almacenamiento y mecanismos de respaldo. La región no puede seguir pagando las consecuencias de decisiones políticas mal calibradas. La planificación energética debe estar a la altura de los desafíos del siglo XXI. La ciudadanía ha vuelto a dar una lección de madurez. Ahora les toca responder a los responsables de un desaguisado que ha provocado daños a empresas, negocios y particulares.
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