Opinión
Una España que funcione
Preguntas sobre el colapso eléctrico
Son muchas las preguntas aún sin resolver sobre el gran apagón que todos vivimos el pasado 28 de abril. Aunque el Gobierno no quiera admitirlo, hay verdades que uno no puede esquivar: no, no fue un ciberataque; y no, no fue una fatalidad imprevisible. Fue la consecuencia directa de una política energética profundamente ideologizada.
Del sistema eléctrico español se ha hablado mucho, y no siempre bien, en los últimos días. Cinco minutos antes del gran apagón, la red operaba en condiciones inusuales, fruto de un sistema energético demasiado dependiente de las renovables –superando el 70% de generación– sin suficiente respaldo de otras fuentes que garantizasen seguridad y estabilidad.
Lo sorprendente es que esto nos sorprenda. El PP, gobiernos autonómicos, expertos y empresas ya habían alertado del desequilibrio en la generación de renovables, la escasa inversión en redes eléctricas y la fragilidad del sistema frente a los picos de demanda. La propia Red Europea de Gestores había señalado que España es el país con mayor riesgo de apagones de toda la UE, acentuado si continuaba el plan de cierre nuclear –que, por cierto, no tiene parangón en ningún país del mundo–.
Esto no significa que debamos demonizar las renovables. Hacerlo sería tan absurdo como demonizar la energía nuclear. No se trata de una competición entre renovables y convencionales, sino de combinarlas con sentido común. Lo que necesitamos es un mix energético equilibrado que se traduzca, para el común de los mortales, en un sistema eléctrico robusto en el que convivan tecnologías síncronas –como la nuclear, la hidroeléctrica o los ciclos combinados– con las renovables intermitentes y el almacenamiento.
Mientras tanto, cabe preguntarse si España está realmente preparada para alcanzar un modelo en el que, como propone el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, el 81% de nuestra electricidad sea renovable en 2030. No es una cuestión ideológica, sino técnica y de responsabilidad política.
En medio de todo el revuelo, desinformar no ayuda. Tal vez sí lo haga al propio Gobierno, que está en plena paranoia conspiranoica preparando su argumentario exculpatorio. Pero desde luego no ayuda a la sociedad, que es la que sufre las consecuencias de una gestión, como poco, desastrosa. Y además corre el riesgo de responder con las mismas gesticulaciones teatrales al espectáculo que se ofrece a diario desde el poder. Bastante tuvo la gente, en España y en Asturias –con la excepción de los seis pueblos de Amieva, alimentados por una pequeña central hidroeléctrica– con salir adelante y superar los grandes y pequeños problemas del apagón.
Es evidente, para el lector y para toda España, que Red Eléctrica tiene una responsabilidad legal y moral para explicar lo ocurrido. Más aún cuando días antes negaba la posibilidad de cortes de suministro. Pero no alimentemos la confusión: decir que es un problema de las empresas privadas, mentir sobre el papel de la energía nuclear o montar una comisión de investigación en el que las eléctricas están vetadas… Eso, en mi casa, se llama dar palos de ciego, en lugar de averiguar qué es lo que ha pasado y garantizar que no vuelva a ocurrir.
Por si no fuera suficiente, este lunes vivimos otro episodio en la serie de despropósitos de la España mal gobernada. Una nueva jornada de caos ferroviario, la octava vez desde que Óscar Puente es ministro de Transportes. Los problemas en el AVE entre Madrid y Andalucía –robo de cobre y caída de una catenaria, todo ello en Toledo– afectaron a casi 11.000 pasajeros y 30 trenes. La reacción automática de Puente ha sido, cómo no, hablar de sabotaje. Cada lunes, un nuevo desastre nacional y una nueva coartada evasiva de Moncloa. ¿Qué será lo próximo?
Esto no es serio. La manipulación del relato, la caza de chivos expiatorios y la guerra contra la oposición –causan rubor los argumentarios del PSOE en los que trata de criminalizar a Feijóo y al PP por los desastres– no tapan las irresponsabilidades del Gobierno.
No es tan complicado. Felipe González, ahora un innombrable para el sanchismo, ya lo formuló cuando llegó al poder: el cambio es que España funcione. Eso es lo que queremos. Ni apagones, ni mentiras sobre los apagones. Ni caos en las infraestructuras, ni chivos expiatorios para desviarnos de lo importante.
Simplemente, queremos que el Gobierno dedique su tiempo y esfuerzo a resolver los problemas de los españoles. Queremos que España funcione.
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