Opinión
Fernando Canellada
El asturiano de la humildad contagiosa
El cardenal Rodríguez Artime, que estuvo en las quinielas hasta el final y recuerda en el porte a Carlo Maria Martini, impresiona por su sencillez y por un carisma "que se puede tocar"
"Si sacas esa fotografía me hundes", dijo con una amistosa sonrisa en la termina T4 de Madrid, el pasado verano, Ángel Fernández Artime mientras tomaba un refrigerio en la sala VIP del aeropuerto antes de embarcar para Asturias. Lo decía por su atuendo: iba vestido de calle para viajar a Asturias y abrir la novena de la Santina. Artime ha estado en las quinielas de papables hasta el final. Este asturiano lleva la Iglesia universal en la cabeza. Recorrió como décimo sucesor de Don Bosco al frente de la Sociedad San Francisco de Sales 118 naciones y visitó 800 obras salesianas. Tiene contacto directo con las personas y con los pueblos, y un liderazgo global.
Es el luanquín una persona de un carisma "que se puede tocar", como se decía de San Juan Pablo II, con una imagen que a algunos les recuerda en el porte al cardenal Martini, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2000. Por su estilo, por su altura y por su humildad contagiosa. Lo más grande es su personalidad. Sencillo y cercano, siempre rompe cualquier barrera protocolaria o ideológica. El buen humor lo acompaña. Rasgos de un buen pastor con ojo para escudriñar los signos de los tiempos.
En sus muchos encuentros amistosos con el anterior papa Francisco, este lo llamaba "gallego", como denominan los argentinos a todos los españoles. Se conocieron durante su estancia en Argentina, donde Bergoglio pudo apreciar sobre el terreno salesiano su fuerte vocación social, su interés por las personas que sufren, por los últimos, esos que el Papa argentino quiso poner en el centro de la vida de la Iglesia. Los "anawin" –en hebreo, los pobres, los humildes–, son sus preferidos. Y los jóvenes, como buen hijo de Don Bosco.
En una visita al Colegio Salesiano de Las Palmas de Gran Canaria, centenares de alumnos lo rodearon, se hicieron fotos a su lado y lo aclamaron como una estrella del fútbol o de la música moderna. Con infinita paciencia en las formas y no fingido interés, atendió a todos los colegiales. Francisco pedía a Dios "que los cambios en la Iglesia no tuvieran vuelta atrás" y en esa línea elegía a sus hermanos obispos. Uno era Artime. Otro Prevost, el nuevo Papa, al que hizo cardenal precisamente el mismo día que al asturiano. Ahí están ambos para continuar su obra.
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