Opinión

Defender el asturiano es protegerlo, no imponerlo

Las lenguas asturianas son mucho más que un conjunto de palabras y estructuras gramaticales: son la voz de nuestra tierra, el eco de generaciones y la memoria viva de un pueblo que ha sabido resistir al olvido.

Hablar asturiano es recordar a nuestros abuelos que nos contaban cuentos, es sentir cómo los nombres de los ríos, de las montañas y de los pueblos nos susurran historias antiguas que nos pertenecen a todos.

El asturiano no es ni debe ser nunca un arma política. No puede utilizarse como trinchera desde la que se divida a una sociedad que, en su esencia, comparte una cultura y un sentimiento común.

Convertir el idioma en una bandera para enfrentar es traicionar su naturaleza: la lengua une, no separa. No importa el color de las ideas, todos compartimos el mismo derecho a conservar y honrar nuestra herencia lingüística.

Defender el asturiano es defender la dignidad cultural de Asturias. No se trata de imponerlo, sino de protegerlo, de garantizar que quien quiera hablarlo, leerlo o escribirlo pueda hacerlo sin miedo, sin vergüenza, con orgullo y en libertad, sin imposiciones.

Cada palabra en asturiano que se enseña, cada canción que se canta, cada verso que se escribe es una semilla que florece contra el silencio.

Dejemos a un lado los discursos que usan el asturiano para dividir y pongamos el foco donde debe estar: en el corazón de quienes lo sienten suyo. Porque el asturiano no pertenece a un partido, ni a una ideología. Pertenece a la gente. Y toda esa gente, tanto los que lo aman y lo hablan como los que no lo hablan, merecen un futuro donde el asturiano no sea motivo de disputa, sino de encuentro y de esperanza.

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