Opinión
Una Iglesia terrenal
El papado de León XVI
La Iglesia católica es una inmensa comunidad de creyentes con un Estado propio, Ciudad del Vaticano, creado en 1929 por los Pactos de Letrán, que ocupa medio kilómetro cuadrado en el centro de Roma y está habitado por apenas un millar de personas. El artículo primero de su Constitución atribuye al Sumo Pontífice la soberanía y el pleno ejercicio de los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial. La Oficina de Información Diplomática española define la forma del estado vaticano como un pontificado electivo. En un lenguaje más convencional, podría decirse que es una monarquía absoluta no hereditaria, sino electiva, y configura así una forma política única en el mundo actual, aunque se haya dado con alguna frecuencia a lo largo de la historia.
Cuando un Papa fallece, durante el periodo de Sede vacante sus poderes son ejercidos con severas limitaciones por el Colegio de Cardenales. De los 252 que lo componen, todos hombres, solo 132 tienen la condición de electores. En el transcurso de su Papado, Francisco designó 149 cardenales y, de ellos, 107 han votado en la elección de León XIV. De estos datos puede deducirse que Bergoglio dejó todo preparado para el nombramiento de su sucesor. Se dice que Prevost comparte una misma concepción del cristianismo, con los matices de su formación, su experiencia y su personalidad, y representa como él a la iglesia "periférica", lo que autoriza a prever que habrá cierta continuidad entre ambos.
Tanto la elección de Francisco como, sobre todo, la de León XIV han levantado grandes expectativas. De derechas o de izquierdas, progresistas o conservadores, los dos han postulado una iglesia abierta, cercana e implicada en los problemas de este mundo, que responda a las inquietudes y las demandas de una mayoría de los católicos. Se ha escrito que Francisco zarandeó a la iglesia, pero no consiguió renovarla. Fuera por falta de tiempo, de fuerzas o de voluntad, el caso es que dejó dudas. A León XIV le correspondería despejarlas, confirmando un cambio interno y de posición en la iglesia. El reto, desde luego, es mayúsculo.
La influencia de la iglesia ha caído en las últimas décadas de manera particularmente visible en las sociedades avanzadas. El proceso de secularización sigue produciendo sus efectos y diversos asuntos turbios han causado un fuerte impacto en la opinión pública, deteriorando gravemente su imagen. La Iglesia es la institución peor valorada en España, junto con los partidos, los sindicatos y los bancos. Por otro lado, el pluralismo ideológico es un hecho irreductible entre los católicos. En su seno, la iglesia se polariza en torno a las cuestiones que dividen a la sociedad. Preservar la unidad y a la vez ofrecer un mensaje esperanzador, que ayude a restaurar la confianza, manteniendo la fidelidad a una tradición que no puede abandonar sin dejar de ser lo que es, supone un desafío enorme para la iglesia actual.
La tarea de León XIV, al que se le reconoce solvencia, criterio y determinación, no es nada fácil, porque para cumplir con su propósito deberá acometer también cambios en la estructura organizativa de la Iglesia. Francisco hizo reformas en la Curia tendentes a un gobierno de carácter más colegiado en el Vaticano. Modificó la composición de distintos órganos, amplió sus competencias y estimuló la participación de los católicos de base con la apertura de un proceso deliberativo. En su primera alocución, León XIV manifestó un convencimiento firme en la idoneidad de la fórmula sinodal para una iglesia que pretenda ser dialogante y predique "una paz desarmante". La prueba definitiva para su Papado consistirá en introducir formas democráticas en el Vaticano.
Benedicto XVI, llegados a un punto, veía una incompatibilidad insalvable entre la naturaleza de la Iglesia y la democracia. La democracia es, a pesar de las dificultades que atraviesa, la forma política preferida de una mayoría de la población mundial y de los católicos, y la más acorde con los valores cristianos. Es posible que el Papa, de acuerdo con la tradición y los dogmas de la iglesia a los que tan apegado estaba Ratzinger, no pueda declararse otra cosa que un monarca absoluto. Pero si León XIV aspira a que una iglesia auténtica recobre protagonismo en el mundo actual, tendrá que incorporar a la mujer plenamente a sus actividades y a todos los católicos, por unas u otras vías, a sus decisiones. Se especula con la idea de que el voto de los cardenales miembros del colegio electoral ha tenido una inspiración geopolítica. A mí me parece que la elección responde más bien a una reflexión introspectiva de la Iglesia y al deseo de tener una conversación sincera con la sociedad, que poco a poco se estaba alejando.
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