Opinión

Un Papa hispano para un mundo herido

Los retos que afronta León XIV

El nuevo Papa ha tomado el nombre de León XIV, y con él parece asumir, sin estridencias pero con claridad, un mandato que va más allá de la elección de un pontífice: restaurar la unidad y devolver la esperanza a este viejo y pícaro mundo. Su figura ya genera lecturas y expectativas, pero hay algo en lo que la mayoría de los observadores coinciden: es un Papa de continuidad, no de ruptura, aunque con acento propio.

Aunque nació en América del Norte, su corazón y su vocación pastoral se forjaron en Perú, donde pasó décadas como misionero. En esas tierras andinas aprendió que el Evangelio no se impone, se comparte caminando con los pobres, los olvidados y los pueblos originarios. Y eso ha marcado su estilo: cercano, profundamente humano, más hispano que anglosajón

León XIV no ignora los desafíos que le esperan. Sabe que la Iglesia de hoy necesita una claridad doctrinal sin ambigüedades, pero también una pastoral con entrañas de misericordia. Conjugar estos dos polos será su principal reto: hablar con la voz del magisterio, pero escuchar con el corazón del Buen Pastor.

En sus primeras intervenciones, ha insistido en que la unidad de la Iglesia no se construye por acuerdos diplomáticos ni consensos frágiles, sino desde el Evangelio, y se manifiesta en el Credo compartido. Pero esa unidad no es uniformidad. León XIV parece dispuesto a salir de ciertas complacencias internas, sacudir lo estancado y llamar a la conversión, también dentro de la Curia.

Le espera una Iglesia con heridas visibles. La crisis de vocaciones, especialmente en Europa y América, no se resuelve con estrategias de marketing, sino con una Iglesia que entusiasme, que inspire, que provoque una vida entregada. A ello se suma una situación económica crítica y una estructura administrativa que necesita no solo ajustes, sino una verdadera reforma evangélica, transparente y audaz.

Dos palabras resumen su programa: paz y misión. La paz, en un mundo fragmentado, enfrentado y tentado de violencia. La misión, en una Iglesia que no puede encerrarse en sí misma ni vivir de su pasado. León XIV invita a mirar hacia fuera, a servir, a salir, a tender la mano, especialmente a los más pobres, a los que están lejos, a los que no se sienten parte de nada.

Nos queda ahora lo más difícil y lo más hermoso: que León XIV nos confirme en la fe, como hizo Pedro, que nos anime en la caridad, como hizo Pablo, y que nos devuelva la esperanza, como solo puede hacerlo un cristiano que ha caminado con los pies en la tierra y el alma en Dios.

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