Opinión

Un cónclave para el mundo

Un pastor para todos

Se han abierto las puertas de la Capilla Sixtina y el Cónclave más global y universal de todos los tiempos nos ha regalado una sorpresa. Los 133 cardenales venidos de los rincones más dispares de nuestro mundo, de sensibilidades y culturas tan distintas, han puesto rostro, tímido y nervioso, al que ha de ser el Pastor de la institución que impregna y que habita en todas las situaciones humanas.

Debo confesar que no acerté en mi pronóstico, no puedo alardear de ser experto en nada, no me gusta opinar ni hablar como hacen muchos estos días en los medios y en las redes, los que se autoproclaman expertos de todo y de nada. Lo cierto es que no hemos vivido un acontecimiento de talla humana, sino un verdadero misterio de confianza absoluta en el soplo del Espíritu de la verdad.

Confieso mi esperanza, la que había puesto en estos cardenales que nos representaban a todos, no solo a los creyentes, que se dejaran inspirar por el único que puede ser respuesta para nuestro mundo. Un mundo sediento de sentido y de testigos que nos hablen con su vida y con sus gestos, que nos muestren el rostro de una humanidad capaz de entender la necesidad que tenemos de acogernos, de escucharnos, y de amarnos. Un mundo que parece perdido y sin esperanza, que necesita de un aire nuevo, de palabras nuevas, que necesita recuperar un poco de futuro.

Es por eso, que mirando a las figuras de los últimos papas que hemos conocido, me atrevo a gritar bien fuerte cuál es mi esperanza, lo que quisiera descubrir como realidad en León XIV, al que apenas conozco, pero en el que intuyo una bondad de corazón y una claridad de mente y de palabras que nos sorprenderá.

Descubro por su trayectoria pastoral que se trata de un pastor humano, con olor a calle y a Evangelio, no un monarca de ideologías o de poderes, sino un experto en humanidad. Un buen hombre que abrirá las puertas de nuestra Iglesia y nos vestirá de la debilidad de lo humano; que nos enseñará a amar de verdad, aunque no sea cómodo, que nos hablará con palabras que acarician y nos sacuden con su ejemplo.

Mi sueño toma forma real con este pastor cuya única política será dar vida al Evangelio, aunque en muchos momentos sea incómodo, pero que romperá la comodidad de nuestros miedos, de nuestras parálisis de verdad, de nuestra falta de valentía para ser testigos de algo nuevo.

Me gustaría un pastor que no tuviera miedo al encuentro del diálogo, a abrir debates con el mundo, a estar a la altura de los nuevos cambios y transformaciones de nuestro tiempo, que hiciera de la Iglesia un pueblo, una Iglesia también de la mujeres, de las víctimas, de los migrantes, de los pobres, artífice de un mundo con olor a familia. Una familia que habitara todos los hogares de nuestro mundo: los más pobres y miserables, que se hiciera presente en tantos lugares que necesitan de gestos y de palabras que borren los rastros de la pobreza, de los odios y las guerras, de las miserias y de tanta injusticia.

Quisiera que este nuevo pastor, con su rostro de tímida bondad, nos hiciera creer en una Iglesia que cada vez se parezca más al Jesús de Nazaret. Una Iglesia que sea consciente que si no vive para servir no sirve para nada; una Iglesia con olor a algo nuevo y no a rancios pasados.

Sueño con que sepa mirar y sonreír con los ojos, que sepa ser una respuesta de vida y de sentido, que sea un signo de un amor verdadero que incomoda, que desinstala y que exige; que sea un desafío, una semilla que se entierra pero que revienta llena de vida. Que de las puertas abiertas de la Sixtina haya salido un viento huracanado que desbarate y reconstruya nuestro mundo.

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