Opinión
Urge remodelar la democracia
La necesidad de contar con buenas élites políticas
Hace varios lustros, Joaquín Leguina, a quien considero un intelectual honrado y consecuente con sus ideas, escribió que el parlamentario español no existe como individuo; que sólo es una pieza dentro de su grupo, y que su inexistencia tiene origen en la propia Constitución española de 1978, cuyos padres redactores, creyendo apoyar al sistema de partidos deshecho por la dictadura, entregaron a éstos una desproporcionada cantidad de poder.
Las listas cerradas y bloqueadas no son las culpables de todos los males, pero en su elaboración ninguna norma exige a los partidos unos mínimos criterios de selección (todo lo contrario de lo que ocurre en la sociedad cuando quiere encontrar un puesto de trabajo). Con lo cual sucede que esos parlamentarios tediosos suelen carecer de currículum propio (o se lo inventan): así, toda su vida ha transcurrido medrando (a base de codazos, zancadillas y genuflexiones) dentro del interior del partido político al que pertenecen. Por esto hemos pasado de la ingobernabilidad de los viejos parlamentos fraccionados al extremo opuesto: portavoces únicos y tedio general en los distintos Parlamentos. Sólo se desperezan cuando toca aplaudir, abuchear, rebuznar y patalear en sus escaños. Y todo este espectáculo bochornoso es financiado con dinero público. Con nuestro dinero (aunque según dijo una ministra, el dinero no es de nadie). Son excepcionales las mentes preclaras y cultivadas que se consideran dignos representantes de sus votantes y hacen ostentación de cordura, disciplina y buen hacer. O sea, un profesional. Y aunque parezca mentira, escasean estos diamantes y, como tales rarezas merece la pena cuidarlas y cultivarlas.
Tenemos un problema muy serio con la selección de los líderes políticos. Parece ser que no es sólo un problema de España, pero esto no es óbice para que nos sirva de consuelo. Un problema que no siempre se soluciona con elecciones primarias. Dicen que el electorado no se equivoca nunca. Es falso. El electorado se equivoca, más o menos, como todo el mundo. Y no tenemos más que retrotraernos a Adolfo Hitler, quien consiguió el poder de Alemania a través de unas elecciones democráticas en enero de 1933.
La masa popular, en los países poco educados, suele ser fácilmente vulnerable a las soflamas de los demagogos y al tópico de los populistas. La democracia es un invento antiguo, pero frágil y discontinuo, aunque es el menos malo de otras alternativas conocidas y ensayadas. Pero malo, al fin. Ya el filósofo griego Platón, el creador de la Academia, denunció la degradación de la democracia en demagogia. Después, durante un período de unos dos mil años (desde la quiebra de la polis griega hasta el siglo XVII europeo), ningún sistema de gobierno se calificó a sí mismo de democracia. Finalmente, a raíz de las revoluciones de EEUU y Francia se impuso la creencia de que el poder tenía que ser legitimado por la voluntad del pueblo. Fue, sin duda, un gran adelanto. Cierto que la democracia liberal contiene menos violencia que los fascismos y los bolchevismos, pero aceptado esto tenemos que decir que nuestra democracia es mejorable; es perfeccionable. Nuestras actuales democracias son propensas a fabricar políticos mediocres, cuando no nefastos. Algunos se han convertido en mentirosos compulsivos sin ningún ápice de vergüenza. Todo con tal de lograr sus objetivos (tal vez tengan por autor de cabecera a Maquiavelo), que generalmente bien poco tienen que ver con los intereses de la Nación a la que representan. Y no hablemos de la corrupción…
Lo que procede es, pues, fomentar un caldo de cultivo que favorezca la creación de auténticas élites políticas, como ya quería Ortega y Gasset. No ignoro que el electorado aprecia la cercanía del político de turno, en cierto modo hasta su vulgaridad, pero ello no quita para que, al mismo tiempo, el líder pueda tener consistencia intelectual y humana. Sabiduría además de carisma. Todo lo cual significa que no basta con fiarse de los espectáculos televisivos, pues de ahí nacieron los populistas Pablo Iglesias y Donald Trump.
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