Opinión
En nombre de León XIII
"Tengan presentes los ricos y los patronos que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena no lo permiten las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen...". Este es solo un extracto de uno de los textos económicos que más influencia han tenido en la historia: la encíclica Rerum Novarum. La firmaba el 5 de mayo de 1891 León XIII. Con ello se exponían los principios que marcaron la doctrina social (y económica) de la Iglesia, una auténtica tercera vía entre el capitalismo salvaje que generó el primer gran desarrollo de la industrialización y las reacciones ideológicas procedentes de las teorías de Karl Marx , Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin .
Dos años antes de la aparición de la encíclica, en la unificada Alemania, el canciller Otto von Bismarck ya había instituido el cobro de la primera pensión de jubilación. Era el germen del Estado del bienestar, que el resto de los países europeos fueron instalando en los años previos a la primera guerra mundial. Aquella era la manera más plausible de poder hacer frente, desde la política y con argumentos, a la amenaza revolucionaria socialista y anarquista.
La lectura de Rerum Novarum no puede ser más adecuada en estos momentos. A la durísima crítica a la frivolidad de aquellos que ponen en duda la propiedad privada, la meritocracia, el derecho al trabajo y la prosperidad económica desde un falso progresismo izquierdista, se le une la acusación a quien sitúa como único objetivo vital y político la obtención de riqueza caiga quien caiga.
De Robert Francis Prevost, quién es y qué piensa, estamos haciendo un curso acelerado estos días. Como ocurre siempre, intentar explicar a la Iglesia desde posiciones políticas mundanas, reduciéndola a los clichés ideológicos, ya de por sí pervertidos, de nuestro parlamentarismo y tertulianismo, es un error. Importan más la tradición, la lectura de los textos sagrados, los símbolos y las formas. Si en la elección de quien sería Juan Pablo II, el Espíritu Santo debió tener en cuenta su procedencia geográfica y la influencia que podía tener, como así fue, con el fin del telón de acero; quién sabe si esta vez ha tenido en cuenta el peligro que supone la absoluta falta de escrúpulos y amoralidad que representa el presidente de Estados Unidos. País que, recordemos, en sus billetes de un dólar, está escrita la frase In God We Trust (Confiamos en Dios).
Pero si Juan Pablo II coincidió con Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Mijail Gorbachov, François Mitterand y Felipe González en la decisiva década de los ochenta, ¿quién acompañará a León XIV? n
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