Opinión
Animales que se salvan unos a otros
La historia de un conejo donante y otro receptor
En la vida de un veterinario hay casos que marcan para siempre. Historias que se quedan grabadas no solo por su complejidad clínica, sino por la carga humana y emocional que conllevan. Ésta ocurrió durante uno de mis primeros fines de semana trabajando en un hospital veterinario y aún hoy la recuerdo con la misma intensidad que aquel día.
Era sábado por la tarde cuando una familia llegó a urgencias con su coneja en brazos. Estaba completamente inmóvil. Solo con verla, supe que algo no iba bien. Presentaba mucosas pálidas, una taquicardia severa y un cuerpo que no respondía a ningún estímulo. La situación era crítica. La única posibilidad de salvarla era realizar una transfusión sanguínea urgente. Pero en España no existen bancos de sangre para conejos. A diferencia de perros y gatos, donde sí disponemos de reservas organizadas, en estos casos es necesario recurrir a un donante en tiempo real. Teníamos minutos para actuar. Revisamos la base de datos del hospital y localizamos una familia que convivía con un conejo sano, de gran tamaño y buen estado general. Para garantizar la seguridad del procedimiento, el donante debía pesar, al menos, el doble que el receptor. Llamamos y explicamos la situación con toda la claridad posible. Sin dudarlo, a pesar de encontrarse a casi una hora de Madrid disfrutando del fin de semana, se subieron al coche y vinieron al hospital con su conejo.
Cuando ambas familias se encontraron en la sala de espera, sucedió algo extraordinario. No se conocían, pero compartían el mismo amor por sus animales. Se abrazaron, lloraron y, en medio del miedo, también compartieron esperanza. Fue un momento de humanidad pura, de esos que no se olvidan. La transfusión fue un éxito.
Tan pronto la sangre comenzó a circular, la coneja enferma empezó amoverse. No era lo ideal para el procedimiento, pero fue la mejor señal posible: estaba recuperando las fuerzas. Pocas horas después, la operamos para detener la hemorragia interna. Y solo dos días más tarde, la paciente volvió a casa. Viva. Saltando. Aquella experiencia me enseñó que la veterinaria no solo consiste en diagnosticar, tratar o intervenir quirúrgicamente. También implica presenciar gestos de generosidad inmensa, ser testigo de vínculos profundos entre seres humanos y animales, y descubrir cómo, a veces, la solidaridad puede cruzar especies y salvar vidas. En un mundo que a menudo parece dominado por la prisa y el individualismo, hay momentos que nos recuerdan lo contrario. Un conejo salvó la vida de otro. Pero también lo hizo su familia, que acudió sin titubeos a la llamada de auxilio. La compasión no tiene raza, especie ni nombre. Tiene corazón. Y ese día, latió más fuerte que nunca.
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