Opinión

Eurorrisión

Un festival con más fallas que una escopeta de feria

Que me perdonen las hordas contemporáneas de satélites que señalan con círculo rojo en el almanaque la fecha de celebración del Festival de Eurovisión, que se reúnen a festejar en alegre comandita una sucesión desordenada de canciones, por llamarlas de alguna forma y muchas de ellas de dudoso gusto, que se interpretan desde los ventanales de la torre de babel. Que me perdonen, pues, los defensores de esa ristra arco iris de bailes africanos y gorgoritos, pero el certamen de marras a muchos nos resulta un espectáculo infumable, tal que merecería cambiarlo el nombre por Eurorisión.

Es que plantarse tantas horas frente al televisor conduce a la risa. Algunos intérpretes salen disfrazados de tal manera que aquello parece una mascarada, una ópera bufa. Será que uno ya es viejo y se ha vuelto un nostálgico de los años gloriosos del festival, con Abba rindiéndose al amor como Napoleón a las tropas enemigas en Waterloo; Johnny Logan, Celine Dion, Katrina and the Waves o los sorprendentes Maneskin.

Y España, siempre a la cola de Europa, dando el cante. Melody no logra huir de su imagen infantil de domadora de gorilas. Tal vez debió presentarse con una canción de Julio Iglesias, el del traje azul chillón con “Gwendoline”, tal que “De niña a mujer”.

Este año ganó un tal J.J. de Austria. Nada conocíamos los profanos de tal. A algunos esas siglas nos retrotraen a las crónicas deportivas en Gijón de Jorge Junquera, que firmaba sus escritos en este periódico con sus iniciales. Por un momento pensé que nuestro J.J.se había exiliado a "guayominí".

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