Opinión | Solo será un minuto

Los sueños que (no) te esperan

Siempre está a la espera la tentación de movernos sin rumbo y sin tener en cuenta el pasado que más nos puede intimidar cuando lo evocamos porque dibuja paisajes oscuros clavados en la memoria. Permanentes porque siempre albergan restos de naufragios corrompidos por la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue. Recuerdos en busca de salvación que tienen la fastidiosa costumbre de escenificar una derrota. Lo queramos o no somos seres obligados a estar de pie y expectantes ante el espectáculo del abismo en un universo que nos reserva un lugar diminuto. Insignificante. Y como mucho puede que lleguemos a ser fugitivos de una madrugada eterna, cuando todo se difumina y no sabes si contemplas la realidad o su simulación. Con la edad la expectación se vuelve menguante, y las soledades envuelven el malestar de las almas rotas. En el mejor de los casos puedes llegar a reconocerte en pesares y pensares de gente más sabia que fue dejando un rastro de huellas con las que puedes sentirte menos desvalido frente al espacio que se acorta. En el fondo no somos más que animales de compañía para tinieblas rotas en mil pedazos. Y es que somos cristal. Siempre al filo de la transparencia que nos oculta, sin más horizonte que el brillo extenuado de tantas promesas, de tantos semblantes furtivos, fascinados por enigmas que abren mentes o cierran vidas, impulsados quizá por el ejemplo de quienes se arrodillan no para rendirse sino para tomar impulso, y que saben comunicarse con sus sombras después de haber revoloteado como insectos cegados alrededor de las luces endemoniadas que nos atrae. Asumimos ser rehenes de fascinaciones que nos invitan a ser comensales en un festín de sabores dulces que se vuelven tarde o temprano amargos paladares en ruinas en los que habita la fauna imprudente de nuestros deseos imposibles, de nuestras miserias escondidas, de todas las piezas que abatimos sabiendo que sin ellas nos quedaremos sin excusas para las claudicaciones, sin prórrogas para admitir la renuncia a conseguir sueños que un día se cansarán (¿se cansaron?) de esperarnos.

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