Opinión
Una reforma fiscal que reactive el pulso económico de Asturias
Aquí de lo que se trata es de atraer riqueza, cuanta más, mejor, distribuyendo el esfuerzo con proporcionalidad, sin canonjías para unos pocos ni gabelas desmesuradas para todos

La reforma de impuestos en Asturias ya está en el centro del debate político. Esta imagen recrea las propuestas del PSOE y del PP para bajar impuestos fundiéndolas en una portada. / LNE
Por fin la rebaja de impuestos está sobre la mesa. El Gobierno socialista del Principado la asume para algunos tramos de renta. El PP aprovecha la ocasión y lanza su propia propuesta. Felicitémonos por la superación de una resistencia que solo agraviaba a los asturianos. No acaba ahí el debate. Alguna vez habrá que reflexionar seriamente sobre cómo gastan las autonomías sus dineros.
Seguir como hasta ahora carecía de sentido. Los asturianos son los españoles que más impuestos sufragan. Un dato objetivo que no admite controversia: así lo certifican los análisis de impacto tributario. Eso los coloca de partida en inferioridad en una época global que exige competir a cualquier nivel y en múltiples frentes. Tampoco cabe argumentar que recibieran por su sacrificio un trato netamente superior al que prestan otras autonomías a sus contribuyentes. Por si fuera poca rémora, la Administración ha descubierto en la inflación el aliado perfecto para incrementar cada ejercicio la carga sin que nadie se entere.
El sistema fiscal es la columna vertebral de las sociedades modernas y configura su estructura para sostener el Estado de bienestar con la aportación solidaria de sus integrantes. Eso nadie lo discute. Pero afrontar un asunto tan complejo, difícil de entender, requiere rigor y pedagogía, no simplismo ideológico. Hay mitos que enturbian el debate. Por ejemplo, que subir impuestos es de izquierdas y bajarlos de derechas. Que los ricos o los obreros salen con unos o con otros perjudicados. Aquí solo pierde la clase media, verdadero pilar del entramado y a la que nadie cuida. O que recaudar mucho garantiza una atención eficiente. Depende del destino de los fondos. El nivel impositivo asturiano se asemeja al de los países nórdicos. Los servicios distan bastante.
Los euros nunca llueven del cielo, aunque a veces lo parezca por la irresponsabilidad de algunos políticos. Los agobios hoy de algunas comunidades los determina no la mala financiación, sino sus gastos superfluos, inflados durante décadas. En este asunto habrá que entrar más pronto que tarde para evitar la ruina. Gestionar de continuo sacando a pasear el coro de plañideras para cobrar tajada o disparando los gravámenes y el endeudamiento solo genera desigualdad.
Recaudar impuestos no es un fin en sí mismo, sino un instrumento, fundamental, de un bien superior. Se equivoca quien mida cualquier reforma fiscal por la incidencia descontextualizada en la recaudación o en la renta disponible de los particulares. Conviene ampliar el foco y valorarla por su capacidad para contribuir a desarrollar el proyecto colectivo de región al que aspiramos. Y nada hay tan urgente ahora como acabar con la atonía de Asturias y acelerar su despegue, apagando los rescoldos de la reconversión y remontando lustros de fatiga económica.
La región necesita crecer más que nadie: Imposible ponerse a rebufo del tren del progreso sin convertir el Principado en paraíso de la inversión, multiplicando la productividad
La región necesita crecer más que nadie porque parte de muy atrás. No cabe otra opción. Centrarse en lo inmediato y desatender la magnitud de los retos estructurales perpetúa el autoengaño, y posterga cualquier esperanza de cambios fructíferos. La nueva revolución industrial pasa por la inteligencia artificial y los datos. Imposible ponerse a rebufo del tren del progreso sin convertir el Principado en paraíso de la inversión, multiplicando la productividad. Nada hay tan importante para llevar a buen puerto esa estrategia como seleccionar planes ganadores, darles continuidad en el tiempo y movilizar los recursos en su apoyo.
De lo que se trata es de atraer riqueza, cuanta más, mejor, no de que huyan los ricos. Distribuyendo con proporcionalidad los esfuerzos, por supuesto, y manteniendo el equilibrio, sin canonjías ni privilegios para unos pocos ni gabelas desmesuradas para todos. La carga repartida –dicta la sabiduría popular– siempre es más llevadera. Y en este asunto, además, lo justo.
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