Opinión

Memories y señardaes

Del túnel de la autovía en Villaviciosa al homenaje a Xosé Álvarez Fernández, "Pin el de Cigüedres"

En la sección "Arquitectura Personal" de LA NUEVA ESPAÑA del lunes 12 de mayo leo la segunda parte de la entrevista de Javier Cuervo a María Luisa Carcedo. Doy un blincu con su titular, "Me preocupé mucho por los pacientes y por el túnel de Villaviciosa", de mano por la sorprendente heteroyunción, pacientes-túnel. Pero, repuesto en la normalidad y en la silla, pienso en el túnel de Villaviciosa. Presume la doctora y política de que tanto ella como Cristina Narbona se opusieron al puente que iba a volar la ría como paso de la autopista y que ambas consiguieron el túnel. Con poca sindéresis añade que "los ingenieros propusieron este puente enterrado y el PP no lo quería. Cuando llegó Álvarez-Cascos los ingenieros le convencieron porque él era ingeniero, creo yo". ¿En qué quedamos, fueron doña Cristina y doña María Luisa las artífices del túnel o fue don Francisco, quien, por cierto, acaba de terminar un calvario judicial?

Lo que sí es cierto es que en la opinión popular el túnel era responsabilidad, capricho y disparate del señor Cascos. Yo, que tengo una cierta vida por la zona, no paraba de oír en tertulias y chigres que aquello era un disparate, que la llamuerga se estaba comiendo y se iba a comer todas las piezas que se ponían para construir el túnel, que, de resistir algún tiempo, estaría siempre inundado y, en fin, que ¿a quién se le ocurría?, frase que resultaba más apodíctica y con más decibelios dicha si la eyectaba un votante de izquierdas.

Por cierto, con doña María Luisa tuve yo una buena relación en los tiempos en que ella era conseyera de Mediu Ambiente y Urbanismu y yo diputado: algunos textos legislativos impulsamos, y, creo yo, contribuí en algo a que "Paca" y "Tola" acabasen en Asturies y, de ese modo, ayudar al desarrollo de la zona donde se construyeron recinto y senda. Recuerdo con cierta melancolía y cierta ironía que, cuando iba a producirse mi intervención para defender la propuesta del regreso de las dos osas a nuestra patria, se produjo un cierto revuelo en los bancos socialistas porque alguien les avisó de que yo preparaba una sorpresa. La sorpresa era simplemente un osín parlante que acompañó mi discurso dotado de un "extraño mecanismo", según un cronista de los amparados tras el cristal en el cubículo de la prensa, que no era otra cosa que una grabación que hice que emitiese una frase en un determinado momento, frase que decía: "Quiero volver a Asturies". Y el caso es que, ayudadas, tal vez, por mi osín suplicante, "Paca" y "Tola" volvieron a Asturies y tuvieron un efecto revitalizador sobre la economía de la zona, amén de sus gracias, su fama y su carisma.

En otro orden de cosas, la Selmana de les Lletres estuvo consagrada a Xosé Álvarez Fernández, "Pin el de Cigüedres", emigrante, asentado en Madrid y en la señardá de Asturies, su cultura y su llingua; militante de estas y del asturianismo, luchador sin desmayo y organizador eficaz. De él nos quedan, sobre su ejemplo, un puñado de magníficos libros.

Repasando el amplio ejemplar dedicado a su persona, uno no puede evitar una cierta añoranza al evocar aquellos tiempos y aquellas personas, el entusiasmo que a todos invadía, la generosidad con que se entregaban esfuerzos y algunos dineros, nunca retribuidos; la admiración por tantas cosas conseguidas y la lástima por algunas que aún están en trance de llegar a ser. Fue, como me decía Pedro de Silva en el entierro de un amigo y excelente persona recientemente ido, Minervino de la Rasilla Rosa, un tiempo en que pusimos en marcha y florecieron muchísimas cosas, la Academia, la autonomía, los derechos, los partidos, el asturianismo, una nueva visión del mundo…

Pin, en concreto, fue el entamador, organizador y cabezaleru de Conceyu d’Asturies en Madrid, uno de los varios "conceyos" que, en la estela de Conceyu Bable, surgieron en la España donde se concentraba una numerosa emigración estudiantil. De ellos florecieron, como he dicho arriba, muchas ilusiones y un puñado de logros importantes, los que he dicho en el párrafo anterior, pero también el de que Asturies no tenía menos derechos que nadie y, por tanto –frente al criterio de tantos políticos y partidos, de izquierda y derecha–, derecho a su Estatuto de Autonomía. La valoración de toda nuestra cultura, material e inmaterial –el canto, la sidra, el folklore, la mitología...– sufrió también el impulso de una nueva valoración y estima, ya no "aldeanas", sino "nacionales". La lengua, por supuesto, y símbolos como la bandera, que se "fijó" y popularizó, o el mismo grito de "¡Puxa Asturies!", que hoy utiliza parcialmente nuestro Gobierno para dar conocimiento y prestancia a sus vías impositivas.

De quienes contribuyeron a ese impulso, como Xosé Álvarez Fernández o Minervino, nos queda, cómo no, su memoria, y la señardá que nos provoca su ausencia.

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