Opinión

El conflicto de la educación como evidencia de un malestar larvado

Lo que ocurre con los profesores solo puede entenderse como el estallido de un hartazgo contenido durante años por reivindicaciones desatendidas y tensiones mal resueltas

Una de las concentraciones masivas de profesores ante la consejería de Eduación, en la plaza de España de Oviedo.

Una de las concentraciones masivas de profesores ante la consejería de Eduación, en la plaza de España de Oviedo. / Miki López

A un mes de que finalice el curso, la educación asturiana vive un incendio de una magnitud descomunal. Lo que en apariencia era un problema muy concreto y objetivamente limitado, un reajuste de tareas en junio y septiembre para atender a los niños durante una hora, hasta las dos de la tarde, y así mantener abierto esos meses el servicio de comedor, derivó en protesta a gran escala.

Lo que está ocurriendo en la enseñanza solo puede entenderse como la expresión de un hartazgo contenido durante años por reivindicaciones desatendidas y tensiones mal resueltas. Los profesores de la región son los peor pagados de España, lamentan sus representantes. La burocracia a la que se ven sometidos no para de crecer y esta sociedad líquida y superficial les ha ido despojando de autoridad. Hace tiempo que el debate no lo copan la excelencia o los métodos pedagógicos, sino el papeleo y la nimiedad. A pesar de todo, ni siquiera los propios convocantes de las movilizaciones por el cambio horario esperaban esta masiva respuesta.

Los sindicatos ya habían amagado a comienzos de curso con otra huelga, suspendida in extremis. En los últimos años, el malestar por la desigualdad y las carencias era el pan nuestro de cada curso. El gobierno asturiano de izquierdas o no tenía bien tomada la temperatura al sector o cometió un grave error de cálculo creyendo que la división sindical, con cinco organizaciones en liza y tradicionalmente la desunión por bandera, disiparía la queja.

El intento de devolver de inmediato las aguas a su cauce se reveló contraproducente. Plegando velas sin negociación a las pocas horas de una manifestación multitudinaria, el Principado cargó de razones a los huelguistas. Lo imposible se volvió factible por ensalmo, pero eso poco importaba porque la reclamación que prendió la mecha ya estaba subsumida en un memorando de agravios muy extenso.

El Principado abre una espita delicada. Otros colectivos han percibido en su estrategia una muestra de debilidad e intentan conseguir lo suyo. Los empleados de los centros de menores, los educadores, les escuelines plantean reclamaciones salariales. Si los profesionales de la medicina y la enfermería o los de las residencias de mayores se suman al coro desencadenarán la tormenta perfecta.

Un objetivo a priori loable, facilitar la conciliación a los padres manteniendo la comida en los colegios, agotó paradójicamente la paciencia, una evidencia del deterioro. Este malestar larvado también empieza a instalarse en otros sectores, como la sanidad, que arrastra un acusado desgaste. Las disfunciones que se pudren al procrastinar las soluciones afloran como explosión de rabia en cualquier momento.

Solo con palabras sentenciosas y buenas maneras no se desmonta este elefante. Y menos permitiendo por incapacidad, inconsistencia o desgana que acabe por reventar en la habitación

Llegó la hora, así debería de ser por el bien de los asturianos, de tomarse las cosas en serio desde una doble perspectiva. Por un lado, la de devolver a la educación la importancia que merece con una reflexión sosegada sobre su futuro y cambios que estimulen el mérito y no la mediocridad. Con el profesor siempre como pieza crucial en la transmisión del conocimiento y la promoción del talento. Por otro, la de sostener el Estado del bienestar, el gran rasgo diferencial de cualquier sociedad avanzada. Un desafío para las autonomías, mayor en el caso del Principado por el escaso margen de maniobra de sus cuentas debido a la atonía de la actividad y con el 70% del presupuesto comprometido en gasto social. Cualquier actuación en este capítulo implica un alto coste económico.

El debate irrumpe de improviso en la conversación pública. Gobernar implica constantemente elegir –no contentar sin más– y decidir en función del interés general. Solo con palabras sentenciosas y buenas maneras no se desmonta este elefante. Y menos permitiendo por incapacidad, inconsistencia o desgana que acabe por reventar en la habitación.

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