Opinión

Cátedra de guisanderas

En defensa de la mejor tradición de los fogones asturianos, en femenino y plural

En estas jornadas convulsas en que la educación deja las aulas y sale a la calle a manifestarse, de maratonianas jornadas de negociación de los maestros y maestras (que son muchas más) con la administración regional en defensa de sus reclamaciones, no debería caer en saco roto la demanda de las guisanderas asturianas: que su saber milenario se incluya en los planes de estudio. ¿Por qué hay que contratar profesores de cómo se habla en asturiano y no instructores de cómo se come en la misma lengua? Alimento para el espíritu, sí; condumio para la materia, también. O incluso al revés: "Primum vivere deinde philosophari".

No parece una tontería que las guardianas de recetas tradicionales que han trocado lo antiguo en modernidad mediante la eternización de viejas recetas tengan también acceso a las aulas. Estas catedráticas "cum laude" de la mejor gastronomía autonómica, maestras de una contundencia culinaria que lejos de deconstruirse se solidifica, son mentoras sin duda de la mejor pedagogía de mesa y mantel.

Tenemos profesores de música, pero hay platos de cuchara memorables que suenan a concierto celestial, potajes que bajo la batuta de la guisandera componen en el pentagrama las notas primorosas de una sinfonía.

No estaría de más una escuela de guisanderas, para mantener perenne el hilo umbilical que relaciones a abuelas con madres y nietas con una forma de gobernar los fogones que roza cada día el sobresaliente. Incluso los políticos desnortados harían bien en pasar por la cocina de estas mujeres: ellas tienen para todo receta.

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