Opinión

Del autismo como esquizofrenia al espectro autista

Los signos y síntomas son múltiples, no todas las personas los manifiestan y no siempre con la misma intensidad

En 1911 el psiquiatra alemán Eugen Bleuler acuñó el término autismo para describir un síntoma que observaba en los casos más graves de esquizofrenia en niños. Los niños autistas evitarían realidades insatisfactorias que reemplazarían con fantasías y alucinaciones. La falta de contacto con la realidad es la esquizofrenia como la definió Bleuler. Estos enfermos, incapaces de entenderla, la sustituyen con ideaciones que colman sus necesidades afectivas. Son las alucinaciones y delirios. El autismo sería un síntoma brillante de la esquizofrenia en niños. Piaget, en la segunda década del siglo XX , basándose en Bleuler y Freud, desarrolló la idea del autismo como una etapa preverbal del pensamiento infantil, momento en el que no podían seguir reglas lógicas ni pensar conceptualmente. Pero a medida que el bebé se vuelve consciente de los objetos concretos y de la realidad que lo rodea, se incardina en ella. Para Piaget, el pensamiento "autista" y "simbólico" se caracterizaban por tres rasgos distintivos: "ausencia de lógica, predominio de la imagen sobre el concepto e inconsciencia de las conexiones entre las percepciones visuales": sus ideas son fragmentadas y egocéntricas. Es interesante que este autor, tras estudiar a miles de niños con pruebas psicológicas que medían la percepción y la autoconciencia argumentó que su pensamiento se desarrollaba desde la imaginación mágica primitiva hasta el razonamiento lógico. Como si en el desarrollo intelectual se representara la evolución cultural del ser humano, lo mismo que vemos en la transformación del embrión hasta el feto maduro la representación de la evolución a lo largo de miles de milenios.

La Segunda Guerra Mundial, que en países como Reino Unido produjo el desplazamiento de millones de niños, acogidos en centros, se constituyó en una oportunidad para estudiar su desarrollo psicológico. La deprivación del contacto continuado con la madre, concluían, afectaba la capacidad del niño para conceptualizar, para relacionarse y desarrollar su inteligencia. Encerrados en sí mismos, incapaces de comprender la realidad, se aislaban del mundo exterior. Nace la idea, que tanto daño hizo, de la madre frigorífico: sobre ellas recayó la culpa del autismo de sus hijos.

Fue Leo Kanner el que primero encarriló el concepto de autismo tal como ahora se entiende: un trastorno psicológico único en niños, caracterizado obsesión, estereotipia y ecolalia. Para él no estaba claro su relación con el pensamiento inconscientes y una vida simbólica de los bebés. Eran niños con una "buena relación con los objetos", en particular con aquellos "que no cambian su apariencia ni posición". Sin embargo, "apenas notaban la entrada de otras personas en una habitación". El uso del lenguaje de forma muy literal era otra característica. Era 1943.

Hasta 1980 el autismo no se incluyó en el DSM, manual para el diagnóstico y clasificación de enfermedades mentales. Era su tercera edición. Además de lo descrito por Kanner se incluyen resistencia a cambios en el entorno, apego inadecuado a objetos animados o inanimados y, rompiendo totalmente con la idea de que se trate de un síntoma de esquizofrenia: ausencia de alucinaciones o delirios.

Con el tiempo, al ir apareciendo o reconociéndose trastornos con similitudes con el autismo, se fue desarrollando el concepto de espectro autista que incluye el síndrome de Asperger y otros.

Los signos y síntomas que caracterizan este espectro son múltiples, no todos los manifiestan y no siempre con la misma intensidad. Resumo. Pueden no responder a su nombre, su habla es singular en el tono o ritmo, no inician conversaciones, repiten palabras o frases y no saben interpretar el lenguaje simbólico. Establecen poco contacto visual, no muestran emociones ni sentimientos y no parecen ser conscientes de cómo se sienten los demás. Pueden ser pasivos, agresivos o disruptivos al interactuar con los demás, hacer el mismo movimiento una y otra vez, como mecerse, girar o agitar las manos, crean rutinas o rituales específicos y se molestan incluso con pequeños cambios. Pueden quedar fascinados por detalles de un objeto y concentrarse en él con atención inusual.

Me incitó a revisar la historia de este síndrome un artículo escrito por Holden Thorp, editor jefe de la revista "Science" en el que explicaba que a los 53 años le habían diagnosticado trastorno del espectro autista. En EE.UU en 1980 se contaban 4 casos por 1000 niños, ahora 36: nueve veces más. Este surgimiento de casos provoca que varias asociaciones quieran verlo como una parte natural de la diversidad humana, como dice Thorp "algo con lo que nacemos y que no debe cambiarse" porque "mi neurodiversidad me ha convertido en mejor científico". Pero esto, como él reconoce, no puede satisfacer a las personas, o familiares, de los que sufren lo que a veces se llama autismo profundo. En esos casos, además de intervenciones psicológicas y sociales, pueden precisar medicación, por ejemplo, para controlar los niveles altos de energía, la incapacidad para concentrarse o las conductas autolesivas.

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