Opinión

Elecciones sí, elecciones no

Lo urgente es salir del atolladero en el que estamos: los españoles manifiestan su incomodidad en las encuestas

La economía va bien, con alguna que otra complicación, pero los españoles están cada vez más preocupados por la política. Años atrás, en recesión, muchos se sorprendían por la calma que reinaba en la sociedad a pesar de los datos del PIB y el desempleo. Ahora podríamos hacernos la pregunta inversa. ¿De dónde surge la inquietud actual? Puede ser que se haya generalizado una sensación de incertidumbre y desconfianza. Razones para ello no faltan. El Gobierno tropieza a diario con mayores problemas y la oposición no cesa en su acoso. No se vislumbra otra perspectiva que una lucha agónica entre un Ejecutivo mermado, dispuesto a resistir hasta el final, y unos partidos que persiguen, envalentonados, su caída. Esta es una batalla a plazo fijo, pues debe concluir con un ganador antes de que se agote 2027, y en ella están en juego la supervivencia de los liderazgos de Sánchez y Feijóo.

Quienes entonces no lo vieron así, con el paso del tiempo y los hechos acaecidos habrán comprobado que la legislatura ya empezó torcida. No resulta inútil especular sobre cuál habría sido el devenir de la política española en el caso hipotético de haber optado tras las elecciones de 2023 por otra fórmula de gobierno, porque el dilema podría volver a plantearse después de las siguientes, pero en la presente situación lo urgente es salir del atolladero en el que estamos, causante de la incomodidad de los españoles manifestada en las encuestas, los medios de comunicación y las conversaciones particulares. La mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno ha ido perdiendo la escasa cohesión que siempre tuvo por las divisiones internas, los chantajes de algunos socios y el rechazo creciente a las exigencias de los partidos nacionalistas, unas suscritas en los pactos de investidura y otras expuestas oportunamente en la negociación de votaciones parlamentarias de especial trascendencia política.

En el balance de mitad de legislatura del gobierno de Pedro Sánchez hay que anotar otros asuntos, que lo han acabado por debilitarlo, parece que definitivamente. Por un lado, los efectos en cadena de los procesos judiciales incoados a familiares y personas cercanas nos han conducido a un marasmo, donde da la impresión de que todo es juego sucio, confusión e inoperancia, y hasta los pilares del estado tiemblan. Por otro lado, en la Conferencia de Presidentes reunida en Barcelona, se ha escenificado la pelea sin cuartel que mantienen el equipo de Pedro Sánchez y el PP. El encuentro se ha desarrollado en un ambiente muy crispado y en esta ocasión tampoco ha habido posibilidad alguna de alcanzar un mínimo acuerdo sobre nada. Ni en financiación autonómica, ni en vivienda, ni en cualquier otra cuestión ha habido ningún avance. Los presidentes se fueron como habían llegado, cada cual con su reproche.

El Gobierno, en su defensa, ha sacado de quicio a las principales instituciones del Estado. Su silencio ante las últimas revelaciones conocidas alimenta la sospecha de su implicación en las actuaciones de Leire Díez, cuya explicación, lejos de aclarar las cosas, resulta inverosímil. Tiene la agenda paralizada por la carencia de suficientes apoyos parlamentarios, consistentes y fiables. Mientras, aumenta la tensión política en el país. Y el panorama no presenta síntomas de que vaya a cambiar en los próximos meses para volver a la normalidad. Se presagia que ocurrirá más bien lo contrario. ¿Podemos seguir así?

Azuzado por la derecha más dogmática e impaciente, Feijóo se ha ofrecido para el relevo mediante una moción de censura, pero es consciente de que está haciendo un brindis al sol para aliviar la presión. La propuesta, como cabía esperar, solo ha encontrado respaldo, y condicional, en Vox. Quedan, pues, dos opciones: la cuestión de confianza o unas elecciones. En Polonia y Países Bajos, envueltos en crisis políticas de distinta naturaleza, han anunciado que recurrirán, respectivamente, a las dos soluciones. La finalidad de la cuestión de confianza es despejar las dudas que pudiera haber sobre el apoyo parlamentario con que cuenta el gobierno. El adelanto electoral está justificado cuando el gobierno ha perdido ese apoyo, como sucedió en Alemania, o la sociedad se le ha vuelto rotundamente en contra.

Pedro Sánchez ha descartado ambas de forma tajante, aunque no pueda liberarse de la espada de Damocles que los nacionalistas han puesto sobre él y pierda el favor de una parte de sus electores. Su firme propósito es continuar, no se sabe en qué dirección, cuánto tiempo y con qué consecuencias. El PP no dejará de invocar elecciones y García-Page pide que, en todo caso, se celebren antes de las locales. Es una petición desconcertante, porque si prevé un fuerte retroceso del PSOE y lo que pretende es evitar que lo sufran en primer lugar los candidatos autonómicos y municipales socialistas, la derrota de su partido en las elecciones locales después de haber perdido unas generales podría ser una auténtica debacle. Pedro Sánchez no deshoja la margarita, nadie sabe a qué atenerse y el nerviosismo electoral ya es palpable.

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