Opinión
Una revisión a fondo del modelo educativo asturiano
Si de apostar por una enseñanza de calidad se trata, lo que ahora toca debatir para frenar el deterioro es por qué la mediocridad arrinconó al mérito y el igualitarismo a la exigencia

Una concentración de los profesores esta semana delante de la Junta General del Principado. / Luisma Murias
Atajar el desencanto de la educación comprometiendo una fuerte inyección de dinero permitiría cerrar provisionalmente el conflicto, pero no resolvería los problemas estructurales de fondo. Un estallido de la magnitud del vivido estos días no surge solo por 200 euros de más o 300 profesores de apoyo. Es el propio modelo educativo el que precisa una revisión de valores en su conjunto.
Las cuentas de las comunidades están condicionadas por la sanidad, la educación y las prestaciones sociales. Una parte sustancial de las tensiones actuales con la financiación y la demanda de más recursos procede, precisamente, de la dificultad para digerir estas competencias. A ellas destina Asturias siete de cada diez euros de los que dispone.
Sostener el Estado del bienestar exige un enorme esfuerzo y para brindar una formación de excelencia no todo es cuestión de dinero
Cataluña pasa por ser una comunidad derrochadora y gastó 4.567,02 euros por habitante en 2022. Asturias, sin tal estigma ni dispendios ostentosos, la superó: 4.629,26 euros. Castilla y León, a la cabeza de España en indicadores educativos, dispuso de menos: 4.461,56 euros per cápita. Habrá que analizar algún día la diligencia en la gestión de los bienes públicos, pero sirvan antes estas referencias para resaltar que sostener el Estado del bienestar exige un enorme esfuerzo, aquí en particular, y que para brindar una formación de excelencia no todo es cuestión de dinero.
La diferencia salarial –210 euros de subida mensual reclaman los profesores, 105 ofrece el Principado– obstaculiza el acuerdo. Los docentes aseguran ser los peor pagados de España. El Ejecutivo asturiano ya ha puesto unos cuantos millones sobre la mesa y debería explicar con transparencia y franqueza a qué renunciará para satisfacer las demandas o cómo reordenará prioridades para afrontar el desembolso. Una iniciativa interesante como la de les escuelines se sufraga con fondos europeos que van a agotarse pronto, lo que obliga a recurrir a medios propios para su mantenimiento. El dinero no estira hasta el infinito, aunque a veces la facilidad con la que se afloja la chequera induzca a creerlo.
Burocracia contra la burocracia
La educación necesita un análisis pausado sobre qué persigue y hacia dónde va. La burocracia ha llegado a extremos rocambolescos. Hasta los acuerdos de estos días, plagados de jerga –«PT» y «AL», alumnos «NEE», «figuras del PSC en los centros»–, solo resultan inteligibles para quienes negocian. En el colmo de la paradoja, en vez de suprimir papeleo, el Gobierno autonómico promete contratar personal administrativo para cumplimentarlo por los docentes. Más burocracia contra la burocracia.
El igualitarismo devaluó la exigencia y minó la cultura del estudio. Las notas no se expresan con número para no discriminar al alumno. Los profesores están obligados a justificar por escrito sus actos. La equiparación es solo por abajo, la mediocridad arrincona al mérito. La diversidad resulta inabarcable. En las políticas cuenta más eludir el choque con los padres que facilitar el avance de los alumnos extraordinarios. Si de apostar por una enseñanza de calidad se trata, sobre eso toca debatir para frenar el deterioro del principal ascensor social, catapulta para el crecimiento y el progreso.
Muchas cuestiones desbordan el marco asturiano. Los grandes partidos prefieren ahormar las leyes a sus principios ideológicos antes que consensuarlas para que duren. Nadie percibió las señales de la rebelión por hartazgo que incubaba en las aulas. Una vez desatada, la enorme energía movilizada, con miles de personas canalizando en la calle hasta ahora de manera civilizada su descontento, tiene que servir para regenerar el sistema y recuperar valores como la superación y el esfuerzo. Lo menos que el Gobierno puede hacer por los asturianos es lograr la mejor educación posible con arreglo a sus disponibilidades económicas. Ellos, al fin y al cabo, pagan esto y lo demás con sus impuestos.
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